Epílogo

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Agosto estaba terminando y el callejón Diagón era la zona mágica de Inglaterra que más lo notaba. Esto se debía a la cercanía del inicio de las clases un año más en Hogwarts, la Escuela de Magia y Hechicería. Han pasado más de veinticinco años desde lo sucedido con la Resistencia y el mundo mágico ya parecía haber olvidado todo lo relacionado con ella. Nuestros protagonistas han crecido y de ese grupo de adolescentes que conformaba la Décima ya no queda rastro. Pero como os digo, el inicio de este nuevo curso traería novedades y el destino, que es justo y a veces agradable, aún le tenía algo reservado a algunos de los miembros de este viejo grupo.

La campanilla de la tienda de varitas del callejón sonó un par de veces.

El establecimiento, que había pertenecido a los Ollivander desde el siglo IV a.C, finalmente había tenido que firmar un acuerdo con otra familia para poder seguir en funcionamiento. Los tiempos habían cambiado y las varitas habían perdido su funcionalidad. En el mismo Hogwarts hacía años que se impartían nuevas asignaturas que permitía a cualquier mago hacer uso de la magia sin necesidad de disponer de una varita. Al final, las costumbres latinoamericanas que antaño habían supuesto tantos problemas entre puristas y pragmáticos habían llegado a Europa y la magia natural que emanaba directamente del cuerpo del mago se estaba llevando el protagonismo en los últimos tiempos.

Los Ollivander eran conscientes de la falta de ingresos. No es que los magos ya no compraran varitas, pero se había vuelto bastante común heredarla. Muchos habían dejado de pensar que el vínculo entre el mago y su varita fuera tan poderoso. ¿Quién querría tener una varita nueva si la magia podía salir directamente de las manos? Por eso, los Ollivander habían firmado este acuerdo. Ellos conocían a esta nueva familia de alto grado, que además de muy buenos y avanzados conocimientos en el arte de la fabricación de varitas, disponían del suficiente dinero como para poder renovar el local.

La mítica tienda había dejado de presentar un aspecto destartalado y desordenado. Ahora las cajas de varitas se organizaban en un almacén subterráneo, justo debajo de la tienda. Si el vendedor necesitaba disponer de una varita para vendérsela a algún joven mago, sólo tenía que colocar su mano en el mostrador y la varita aparecería allí mismo. Además, ya no eran necesarias las pruebas o la agitación de la varita para comprobar si el producto se adaptaba correctamente al mago que quería comprarla. Con los nuevos avances solo bastaba con que el comprador también colocara su mano sobre el mostrador. Este mostrador mágico leía instantáneamente las características y capacidades del joven mago y le asignaba la varita ideal, una que fuera perfecta.

Michael avanzó por la tienda siguiendo los pasos de Ophelia. A pesar de ser hermanos, físicamente no eran muy parecidos. La chica era alta, delgada y pálida. No había heredado el bonito color de ojos de su padre, a diferencia de Michael, cuyos ojos azules destacaban bajo su flequillo oscuro. Michael también era delgado, pero su tez no era tan pálida y tampoco era para nada un chico alto, sino todo lo contrario. De hecho, no conocía chicos de su edad que fueran de su estatura o más bajos.

Tras el mostrador de la tienda no se encontraba ningún Ollivander. Aquella semana se la habían tomado de vacaciones y en su lugar, la única hija de la familia que ahora cooperaba con ellos se hacía cargo de la tienda hasta que sus padres llegaran de hacer unos recados.

Ophelia se sorprendió al descubrir a Helena tras el mostrador. No sabía que su familia trabajara con los Ollivander. En realidad, tampoco es que supiera demasiado de su vida. Tenían la misma edad e iban juntas al cuarto curso en Hogwarts, pero eran de casas diferentes y habían coincidido muy poco en clase.

- ¡Hola! – saludó Helena mostrando una sonrisa. Michael pensó que era una chica muy guapa. Tenía ojos grandes y verdes enmarcados en un rostro agradable. Parecía algo despeinada, pero el color rubio de su cabello y los rizos graciosos que apenas le llegaban a los hombros, le daban un aspecto muy atractivo. – Eres Ophelia, ¿verdad?

Historias de Hogwarts III: la ResistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora