45. La llegada al Ministerio

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Mientras el grupo de la Décima volvía a Hogwarts escoltado por Jennifer Robbins y algunos aurores; Megan, su padre y los aurores más perjudicados durante la batalla contra la Resistencia, cargando con las jaulas mágicas llenas de miembros de la Resistencia, se trasladaron directamente al Ministerio de Magia. Lucas, quien había padecido los efectos de la maldición crucio durante varios minutos, fue el único miembro de la Décima que necesitaba un traslado al hospital mágico. Con las apariciones que lo habían trasportado de la Resistencia al Ministerio, los daños de la maldición recayeron sobre el muchacho nuevamente; que no acabó cayendo sobre el suelo del hall ministerial gracias a un auror que lo sujetó. Jake Blake estaba en un estado lamentable, suspendido en una camilla mágica y casi tan inmovil como un muerto.

El hall estaba totalmente vacío cuando se aparecieron. El agua de la fuente con las estatuas que representaban a los miembros de la comunidad mágica se detuvo. Era una nueva forma que el Ministerio había adoptado para avisar a los funcionarios que se encontraran de guardia ante la llegada inesperada de un grupo numeroso.

- Marchaos a San Mungo. – ordenó Edrick Bennet, quién tomó el mando rapidamente cuando todos tocaron el suelo. – Que atiendan al chico y al auror inmediatamente y guarden el cuerpo de mi padre hasta que hayamos resuelto las cosas aquí...

- Yo me voy con él. – declaró Megan acercándose al cadáver de su abuelo. Lo habían colocado en una camilla flotante, oculto bajo su propia capa verde botella. La muchacha sentía como su cuerpo temblaba de impotencia, todavía sin asimilar la muerte del implacable Robert Bennet.

- No. – dijo su padre con rotundidad. – Tú te quedas conmigo y me vas a contar todo lo que ha pasado.

- Ya tendré tiempo de hacer eso en el Wizengamot. – le contestó tras recordar la vez que tuvo que testificar frente al Tribunal Mágico. Al menos en aquella ocasión se evitaría la tensión de tener que ocultar información. No tenía pensado volver a encubrir a Danny después de que su tutora pudiera ser sospechosa del asesinato de su abuelo.

Edrick hizo un gesto a un auror con la ceja manchada de sangre y se acercó a su hija mientras el otro terminaba de movilizar al grupo.

- ¿Crees que no me afecta la muerte de mi padre? – le preguntó irónicamente en voz muy baja. Su expresión era de enfado, aunque Megan sabía que no era por ella, sino por todo en general. Incluso en eso se parecía a su padre.

Megan no respondió, sino que agachó la cabeza, mordiéndose la lengua para no discutir con él; pero Edrick comprendió su silencio. Aquello hizo que suavizara su tono.

- Yo también le quería. – susurró. – Me duele que creas lo contrario.

- Alguien tiene que velarlo. – Megan siguió sin mirarlo cuando habló. – Su familia... No es justo que...

- Tus hermanos están ya en San Mungo. – le interrumpió. Las esperanzas que tenía Edrick por que su hija le mirara a los ojos acabaron dándose por perdidas. – No soy el ser inhumano que siempre has creído tener por padre. – se alejó de Megan, acercándose a los funcionarios ministeriales de guardia que llegaban para atender a los recién llegados.

Los heridos, con Lucas, Blake y el cuerpo de Robert Bennet incluidos, desaparecieron al tiempo que un nuevo grupo se aparecía en aquel hall ministerial. Megan no se sorprendió cuando notó la onda expansiva que anunciaba su llegada a sus espaldas; sólo se giró cuando vio el desconcierto en el rostro de su padre.

Tal y como había imaginado, la Primer Ministro Robbins apareció acompañada de su madre y el resto de magos que habían escoltado a la Décima para llegar a Hogwarts. Sin embargo, junto a ellos había personajes que no había visto durante la batalla: una madre con su hijo y una elfina tan desorientados que no parecían saber donde se encontraban. Aunque su padre no se había desconcertado por eso.

Megan sintió un vuelco al reconocer a las otras dos personas, custodiadas como presas entre los aurores; pero Fabianne Aglier y Danny, no eran los únicos vigilados. Una mujer con el pelo rubio y rizado luchaba por escaparse entre un grupo de muchos más aurores. Cayó al suelo de rodillas después de recibir un contrahechizo directo de uno de sus guardianes.

Megan no lo pudo evitar, e intuyendo que aquella presa sería la respuesta a todas las desgracias y tristezas que le había acontecido la noche, esquivó a los aurores y entre empujones logró ver la cara de presa.

Se quedó paralizada, sin poder creer lo que veía. Desvió el objetivo de su mirada para asegurarse de que Fabie seguía donde la había visto, respaldada junto a Danny en el otro grupo; y luego volvió a mirarla. Le costó un par de segundos comprenderlo, cuando dos nombres se escribieron automáticamente en su mente: Charlotte Aglier.

Megan era una chica bajita y menuda, por eso no encontró dificultad alguna para colarse entre los guardias de Charlie. Estos, preocupados en evitar que se transformara en paloma, no se dieron cuenta de que estaba allí hasta que la muchacha le pegó un puñetazo en la cara. La presa cayó de espalda sobre uno de los aurores, que también acabó en el suelo.

Rápidamente, dos magos sujetaron a Megan mientras el resto se ocupaba de Charlotte, quien primero la miró sorprendida, derramando unas gotas de sangre de su boca; pero al comprender de quién se trataba la muchacha, rio con fingido disimulo. Eso sólo hizo que la rabia subiera con mucha más rapidez por el pecho de Megan y el calor que aquello le provocó, le hizo pensar que podría explotar en cualquier momento. Por suerte, su madre llegó junto a ella y con asombrosa destreza consiguió tranquilizarla, nuevamente gracias a uno de sus abrazos. Megan no dejó de intentar liberarse en aquella ocasión, pero su madre era más fuerte de lo que cualquiera podría pensar y finalmente abandonó todo su esfuerzo.

No había sido Fabianne Aglier la asesina de su abuelo, había sido su hermana, la que todos habían creído muerta.

Megan no lloró como lo había hecho al descubrir la muerte de su abuelo. No le daría el gusto a ninguno de los que se encontraban allí; además sentía que, si dejaba escapar las lágrimas, acabarían brotando hasta que no quedara ninguna gota de agua dentro de su cuerpo. Había pensado que todo lo que viniese después de lo sucedido con Danny no sería peor, sino que se mejoraría. Pensó que podría acabar el curso escolar y dedicarse al Estudio de las Artes Oscuras que siempre había querido hacer; que su abuelo moriría dentro de muchos años y en su casa, rodeado de su familia... Pero ahora, ni siquiera se sentía capaz de volver a Hogwarts.

Más tranquila, se separó de los brazos de su madre, quien la miró con una preocupación y emoción que quedaba reflejada en sus ojos grises.

- Quiero irme a casa. – le pidió después de un suspiró que liberó su mente durante algunos segundos. – Por favor.

Jannet miró a Edrick que asintió después de haber escuchado la explicación de Robbins de todo lo sucedido en el Lago Negro. Él también estaba derrotado por todo lo que había pasado aquella noche. En el fondo deseaba poder hacer como su hija y marcharse a casa o al menos a desaparecer de allí y descansar de su trabajo, aunque sólo fuera un día.

Megan no miró una última vez a Danny, que, al contrario de ella, no le había quitado la vista de encima desde que había llegado al hall ministerial. La muchacha agarró la mano de su madre con fuerza y luego se desapareció, intentando dejar todas sus preocupaciones atrás.

Historias de Hogwarts III: la ResistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora