Parte 13.

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Imaginen el poder que esas palabras tenían en mí. Con solo decirlo sentí que mi corazón se había hecho bolita. Levanté la cabeza y pestañeé varias veces para evitar que mis lágrimas salieran a borbotones. Ella siempre usaba ese argumento cuando quería ganarme, como si esto se tratara de " a ver quién puede más".

Salí de la cocina rozando de malas maneras a Lucas quien se quedó callado. Él sabía cuánto me afectaban esas palabras. Subí a mi habitación y cerré la puerta con cuidado, puse el seguro y me derrumbé en mi cama. El recuerdo de mi padre llego a mi mente, visualice su foto que estaba en la mesa de noche y mi llanto tomó más impulso.

Esa tarde llore hasta quedarme dormida. Cuando desperté tres horas más tarde me levanté de la cama con mucha hambre. Me miré en el espejo y noté que mis ojos estaban muy hinchados. Bajé las escaleras y fui a la cocina, no había comida servida para mí, en lugar de eso el fregadero estaba lleno de platos sucios.

Maldita sea.

Tomé la caja de cereal, una jarra de leche y la subí hasta mi habitación. También tome una bolsa de pan y un tarro de mantequilla de maní. El cereal era para ésta noche y el pan para el desayuno. Así no me vería en la obligación de bajar solo por comida, hasta que mi madre saliera, que por cualquier motivo siempre salía, así fuera un domingo sombrío.

El siguiente día todo fue ver televisión, escuchar música, acabar con mi reserva de dulces y desear la extinción humana. Así fue hasta las doce de la noche cuando ya no había que ver y nada que comer. Lucas pasaba a tocar la puerta de vez en cuando para asegurarse de que siguiera con vida, yo solo le respondía con un ¡umjum! Por suerte para ellos no tenía instintos suicidas.

Estar en modo odio con mi madre no era tan difícil si no tenía que verla. El lunes en la mañana cuando desperté ni ella ni Lucas estaban en la casa. Empezaba a deambular por todos lados hasta la hora de irme y regresaba a casa de la misma manera, sin ánimos. Hasta el siguiente día. Así pasaba la semana entera hasta que las horribles palabras que involucraban a mi padre desaparecían de mi memoria. Era difícil.

El miércoles en la tarde Lucas llego temprano, pude escuchar su auto y su alarido de — ¡Ya llegué! — después, escuche sus pasos en el pasillo. A veces deseaba que ese piso de madera fuera de concreto. El ruido me irritaba. Lucas tocó la puerta y paso una nota por debajo. Él era seis años mayor que yo pero nos llevábamos muy bien, solo en ocasiones discutíamos.

Me levanté de la cama y caminé hacía la puerta para tomar papel.

«TE AMO. EXTRAÑO VER TU CARA DE ALAMBRE POR LA CASA» 

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