Parte 50.

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La siguiente semana fue una total locura. Mi madre me llevaba a la secundaria y pasaba por mí a la hora se salida. La visita al médico fue extremadamente vergonzosa. Mi madre no me dirigía la palabra y parecía vigilarme a toda hora. Durante esos primeros cuatro días, no tuve oportunidad de hablar con Matías y a Melissa no la tenía muy  informada sobre el asunto.

El viernes después de salir de la ultima clase me dirigía por el pasillo. Escurridiza tratando de pasar desapercibida.  No quería encontrarme con Matías pero eso fue lo primero que ocurrió.

Me tomó del brazo y tiró de mí hasta tenerme lo más cerca de su pecho. Respiré su olor profundamente, su chaqueta estaba impregnada con su perfume y el olor de al menos cien cigarrillos. Me encantaba aquella mezclas, olía a desesperación.

— ¿Cuánto has fumado? — quise saber.

— Hasta acabar cada cigarrillo y darme cuenta que no ibas a llamar.

— Solo han sido cuatro días.

— ¿Te parece poco? — dijo con la voz apagada —. ¿Por qué no respondes mis llamadas y mis mensajes?

Las palabras quedaron en el aire.
— Tuve problemas con mi madre. Ha confiscado mis cosas.

Él me observó de arriba abajo.

— ¿Estas bien? — terminó preguntando.

— ¡Sí! — solté de inmediato para darme cuenta que al verlo recordé los mensajes con Milena.

De pronto, se me ocurrió algo.

— ¿Me prestas tu celular? — extendí la mano hacia él —. Necesito llamar a mi madre.

Sentí cómo lo dudo por un segundo pero término por meter la mano en el bolsillo para sacar su celular. Lo extendió hacia mí, lo tomé y me alejé un poco. Él me miró con una ceja arqueada.

Empecé a escudriñar el celular; llamadas recientes; salida, entrada, perdidas. Mensajes enviados y recibidos. Después llamé a mi madre, como dije que lo haría.  Mientras el TIC, TIC sonaba no quitaba la mirada de él <<¡Imbécil!>> pensé. El nombre de Milena estaba por todos lados.

Cuando mi madre me atendió, pregunté a qué hora pasaría por mí. Cuando tuve su respuesta colgué y devolví el celular a Matías. Éste me miró confundido, le di la espalda y me aleje.

— ¡Hey! ¿A dónde vas?

Me limité a girar la cabeza.

— ¡Qué podría importarte!

Apresuré el paso pero Matías me detuvo — ¿Qué diablos te ocurre?

— Preguntale a Milena. Tal vez ella pueda decirte.— Sonreí con rabia.

— ¿De qué hablas?

— No finjas que no sabes de lo que te hablo. Te acuestas con ella mientras sales conmigo...

— Eso no es... Así — carraspeo un poco.

— No insistas en mentir, pues leí sus mensajes.

Él no tenía cómo negarlo. Y me molestaba el hecho de querer  ocultar que aquello me ponía muy mal. Realmente lo quería, pero tenía que ser realista, no lo conocía lo suficiente.

Tengo su número.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora