Parte 54.

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El auto se detuvo, de pronto dos manos frías me tomaron de los brazos y me tiraron fuera, pude sentir el suelo debajo de mí, duro y húmedo. Nunca en mi vida había tenido tanto miedo, pude haberme resistido, intentar patearlos, golpearlos o morderlos, pero mi cuerpo estaba pesado e inmóvil. No estaba preparada para eso, pues nunca en mi vida imagine estar en una situación así, pero claro, no hay forma de estar preparado para eso.

Estaba sin la mordaza, pero aún atada y vendada, arrodillada con mis manos entre las piernas tocando el suelo arenoso con la punta de los dedos. El cabello lo tenía pegado a la cara humedecido de tanto sudor. La cabeza me dolía un poco y sentía como si fuera a explotar. Pensé que eso podría ser lo peor, hasta que escuche las voces de los tres y de pronto sin ningún aviso recibí un golpe en la mejilla que me hizo caer de lado. Golpeé mi cabeza contra el piso, entonces supe que había algo peor y que las cosas ya no era un juego y que de verdad estaba pasando. Luego vino una patada en el estómago que me hizo escupir y quedar con la boca cubierta de mi propia saliva, un sabor amargo de dolor y sangre. Me pregunté cuantas veces Milena había hecho cosas como éstas porque al fin y al cabo Matias me lo había advertido. Vinieron más golpes, en mi espalda, mis rodillas y mis piernas, a pesar de desear más que nada que todo eso terminara deseaba que no me golpeara en la cara, no quería estar inconsciente. Los primeros golpes me hicieron gritar, pero los otros solo los recibí con gemidos amortiguados por mis ganas de mantenerme estable.

Sin tratar de reincorporarme quise hablarle a Milena, no me levanté del suelo porque después del suelo no iba pasar, o al menos eso creía.

—Milena, piensa bien las cosas —empecé a gritar mientras alguien me tomaba del cabello y me arrastraba no sé a dónde —. Matías ya sabe que estoy contigo. Sabe que si me pasa algo serás la culpable.

No los escuche por un largo rato, pudieron ser horas, pensé que se habían ido pero luego recordé que no había escuchado el auto.

Están allí todavía, pero vas a estar bien.

Luego oí la voz de uno de los chicos acercándose, temí que fuera otro golpe el que me darían pero en lugar de eso me ayudo a levantarme. Me quito la venda y las ataduras. Si no hubiera visto la luz a mí al rededor no hubiera sido capaz de imaginar lo brillante que estaba la tarde, parecía mediodía y el sol estaba en su punto más alto, donde podía secar cualquier charco, menos el suelo donde yo estaba y tal vez la humedad que había sentido era de mi propio sudor. Con ambas manos me quité las gotas que corrían por mi frente y me causaban tanta comezón. No quise levantar la mirada para ver al sujeto que estaba a mi lado.

—Insistimos a Milena que no debíamos llegar más lejos con eso, pero tienes que asegurarnos que no vas a decírselo a nadie o puede ser peor.

—Llevenme a mi casa por favor —fue lo único que pude decir.

Una lágrima corrió sin aviso por mi mejilla y me limite a dejarla secar sobre ella.

Tenía toda la ropa sucia y arrugada. Los miserables se habían quedado mí el teléfono y dejado cerca de mi casa, como a una cuadra. Camine sin ver atrás. Dando cada paso con prisa hasta mi casa, rogando que no hubiera nadie en casa para no tener que dar explicaciones. Y así fue, no pudo haber sido más conveniente. Entré cerrando la puerta como queriendo no ser escuchada y subí con pasos lentos las escaleras hasta mi habitación. Dejé caer todo aún lado de la puerta y me metí a la ducha sin siquiera quitarme los zapatos. No volví a llorar ni a sentir dolor. Solo me quede allí y dejé que el agua cayera sin interrupciones...

Pesqué un fuerte resfriado ese día que no me dejo salir de la cama hasta la siguiente semana, y para mí era perfecto porque así no tenía que salir de casa, hasta que mi madre se diera cuenta que la fiebre había bajado y debía volver a clases.

Tengo su número.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora