Parte 56.

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<< ¿Cuánto tiempo habíamos estado esperando por esto?>> Miré a Melissa, lucia hermosa << no sé —respondí —. Desde jardín de niños>>

No estaba del todo satisfecha, tenía la ligera sensación de que algo me faltaba. Pero no lo supe sino hasta la noche, después del discurso, las felicitaciones de los amigos y los familiares, justo cuando llegamos al salón de festejo, justo cuando las luces se hicieron más cálidas y la música empezaba a sonar. Justo cuando sentí sus manos tomando las mías y todo quedó reducido a ese pequeño instante.

Me giré para mirarlo de frente porque no me bastaba solo con olerlo. Esperaba verlo tan arreglado como los otros chicos que estaban allí esa noche, pero en lugar de eso su cabello estaba despeinado, de esa manera perfecta, como si se hubiera tomado el tiempo necesario para hacerlo, y aunque llevaba un traje negro con camisa blanca, ésta estaba por fuera; las mangas hechas un desastre y la corbata alrededor de sus hombros.

Permanecimos así durante unos segundos, hasta que al fin Matías abandono aquel desafío silencioso —¡Estás preciosa! —dijo estirando la mano hasta tocar mi rostro.

En ese momento no supe que deseo era mayor: si salir huyendo a toda prisa o aproximarme a él. Matías me tomó de la cintura y noté una vibración, un vínculo. Me sorprendió el hecho de cuánto tiempo lo había estado esperando y en ese momento solo necesitaba tenerlo así, para siempre. Respiré cerca de su cuello tratando de adivinar cómo estaba y qué ocurría en sus pensamientos, pero no pude averiguarlo.

—¡Lo siento! —terminó por decir después de un rato sin separarse de mí.

Colocó sus manos a ambos lados en mis costillas y de repente olvide lo mucho que dolía y lo besé, como nunca antes lo había besado, como si fuera la última vez que lo besaría y más aún como si fuera la última vez que lo vería.

—¿Te estás despidiendo de mí? —No respondió —. Entonces... ¿eso es todo? —pregunté con mis labios en los suyos —. ¿Qué paso con la promesa de cuidarme?

— Vas a estar mejor sin mí —dijo con cierto tono de alivio.

Y entonces lo entendí. No necesitaba saber nada más. No quería más razones ni argumentos. Quise creer que si se alejaba era su forma de mantenerme segura.

—¡Tienes razón! —aseguré con un hilo de voz.

Matías entonces se separó de mi con un respingo, como si se hubiera quemado con el roce de mi voz. Y lo vi atravesar el salón a grandes zancadas, asió el picaporte y abrió la puerta. El gesto no pudo haber sido más elocuente.

Y Así como había llegado a mi vida también se fue.

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