Parte 53.

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El resto de la mañana no tuve cabeza para nada más, las lágrimas salían rodando desde mis mejillas hasta la mesa donde me encontraba sentada. No sabía sí era de preocupación o de rabia. Las palabras del profeso entraban por uno de mis oídos y salían por el otro y en mi cabeza solo resonaba el nombre de Milena.

Perra loca.

Deseaba tanto estrellar su cabeza contra la pared y decirle que me dejara en paz.

Salí del salón de clases tratando de ubicar la melena perfecta y la expresión de protección de Matías, pero no lo pude encontrar. Esperé unos minutos y lo llamé un par de veces, pero no apareció. Maldije su promesa de cuidarme y salí sin ánimos. Arrastrando los pies.

En el mejor de los casos salir corriendo era la mejor idea. Sin mirar atrás me hubiera convertido en un genio, pero se me ocurrió la brillante idea de enfrentarlo, pero qué podía hacer yo, con ésta contextura de rata escuálida. Dos chicos se bajaron del auto negro, la placa seguía siendo un misterio para mi pues la mente no me daba para ello. Cada uno me tomó por un brazo y me arrastro hacia el auto, pude haberme resistido, pero quise evitar que fueran violentos.

Reconocí su voz, aunque los sujetos no eran fornidos, ni grandulones, me atemorizaron sin duda, en ese momento todo era más grande que yo. La situación era tan perturbadora como estúpida, uno de los tantos pensamientos que me pasaron por la cabeza fue ¿qué necesidad tenía Milena de hacer eso? Y... Matías me lo advirtió.

—¿Creíste que era un juego? —preguntó la chica con un gesto dramático.

—Pues hasta ahora sí... Pero ya veo que esto es más bien un teatro.

Quise disimular con ironía el terror que sentía.

Uno de los chicos me miraba intensamente, me pareció que lo había visto antes pero descarte la idea.

—¿Ustedes cómo pueden prestarse para esto? —pregunté mirándolos a los dos, cada uno se encontraba sentado a mi lado. Podía sentir sus respiraciones y también me pareció percibir que estaban consiente de que aquello no era una buena idea.

—Te dije que quería que te alejadas de él.

—¡Y lo hice! —respondí de inmediato —. no has pensado que, en lugar de tenerme aquí, deberías estar rogándole a él que no te deje.

Milena se quedó en silencio, mirándome hasta que mi teléfono empezó a sonar. Era Matías. Uno de los chicos se lo entregó a Milena.

—¡¿Lo hiciste?! —arqueo una ceja —. Pónganle la venda, vamos a dar un paseo.

—No tienes que hacer una locura Milena, sabes bien que esto no es una buena idea. Yo no he vuelto a acercarme a él, no respondo sus llamadas ni mensajes, puedes confirmarlo tú misma —traté de mantenerme calmada, convenciéndome de que aquello era solo una broma.

Mis manos estaban temblando y mi sudor se estaba volviendo frío.

No los escuché decir nada más, mi estomago estaba revuelto por el movimiento del auto. Quería calcular el tiempo que estuvo conduciendo, pero no pude.

¿Como había llegado hasta ese punto?

Escuche mi teléfono sonar. Una, dos, tres veces hasta que Milena lo contestó. No sin antes decir con su voz fingida de sorpresa <<miren quien es, debe estar desesperado>> de inmediato supe que era él. Quería hablarle y decirle que era su culpa, pero era más culpa mía que de él.

Milena contestó la llamada, pidiéndole a los idiotas que me taparan la boca. Los dos estúpidos lo hicieron. Las cosas se estaban saliendo un poco de control, estaba vendada, amordazada y atada.

¿Por qué no me esperaste?le escuche decir.

Milena había puesto el celular en alta voz.

Hola Mat.

¿Mili?se escuchaba desconcertado —. ¿Mili eres tú?

Qué lindo, conoces mi voz.

¿Cariño que hiciste?

¿Tengo voz de que he hecho algo?

Te conozco Milena.

Tú lo has decidido así.

Milena por favor... Dime donde estás.

Fue lo que le escuche decir antes de que colgara.

Matías intentó llamar otra vez, pero Milena no contesto.

Tengo su número.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora