Vamos recorriendo la lujosa urbanización en bicicleta y algunos vecinos que recogen el periódico o riegan las plantas de su jardín, se nos quedan mirando pasmados.
Soy consciente de que no es un medio de transporte lujoso, pero ahora mismo no tengo otra forma de llegar al depósito de la grúa; eso sin tener en cuenta que tampoco sé dónde está.
Mientras el mocoso pedalea a gran velocidad, yo sólo voy rezando para que no nos caigamos de morros o nos estrellemos contra el bordillo de la carretera, pero el niño parece dominar muy bien el artilugio de dos ruedas. Llevo sólo dos minutos subida a la dichosa bicicleta y ya me duele el culo del puñetero sillín, que se me clava como un demonio en mi lindo trasero. Cada vez que pillamos un bache, maldigo por lo bajo y parece que el mocoso se ha dado cuenta y los pilla adrede.
Giramos en una esquina y justo nos encontramos de frente con un coche que frena en seco y casi nos caemos por su culpa. El vehículo me es totalmente familiar y de él se baja mi amiga Jessi con la boca abierta de par en par y los ojos desencajados.
—¡Mira por dónde vas idiota! —grita el mocoso enseñándole el dedo corazón.
Mi amiga nos mira tan estupefacta que ni siquiera se ha percatado de que el niño le está haciendo una indicación manual ofensiva.
—¿Olivia?
Pongo los ojos en blanco y a continuación me froto la cara con las palmas de mis manos. Dudo si decirle al niño que acelere al máximo con la bicicleta, pero ya es demasiado tarde.
—Olivia, ¿eres tú? —Vuelve a preguntar mi amiga aproximándose a nosotros y dejando la puerta de su vehículo abierta.
—¿La conoces? —pregunta el mocoso.
—Demasiado bien.
Jessi nos rodea observando cada detalle de la bicicleta como si fuese la primera que ve en su vida y después, se planta frente a nosotros, cruzada de brazos y cargando todo el peso del cuerpo sobre una pierna.
—Olivia, ¿qué haces subida de paquete en la bici de un niño?
—¡Eh! —contesta el mocoso—. Si te enseño lo que tengo entre las piernas, vas a volver a llamarme niño.
Mi amiga abre aún más la boca y yo le doy un pequeño empujón al crío para que se calle de una vez. Me bajo de la bicicleta intentando adecentarme el pelo revuelto por el paseo sobre dos ruedas, pero está tan desastroso que es imposible dominarlo.
—Olivia, dime que esto tiene una explicación. Lia me dijo que habías salido un momento y cuando me voy de camino a casa, te encuentro por la calle montada en bicicleta con un niño. ¡Un niño!
—¡Oye! —exclama el mocoso—. Si te enseño...
—¡Cállate! —gritamos ambas al unísono.
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Fuera de mi camino
Romance(LIBRO 1) ¿Qué sucede cuándo pones todo tu empeño y esfuerzo en detestar y despreciar a un chico que te hace la vida imposible? ¿Qué sucede si para colmo viene a tu vida para quedarse y te toca vivir bajo el mismo techo que él? Pues que un día te pu...