56. El beso de Judas

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El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permite la maldad.

Cuando me acerco hasta mis amigos, veo a Neal apoyado en la cristalera del jardín que da acceso al salón

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Cuando me acerco hasta mis amigos, veo a Neal apoyado en la cristalera del jardín que da acceso al salón. Está con sus brazos cruzados sobre su pecho y el pie apoyado contra el cristal, mientras me analiza detenidamente con los ojos entornados. Odio que me mire así.

Paso por su lado para entrar en la casa y su mano me detiene.

—¿Problemas con tu amorcito? —me pregunta con una sonrisilla estúpida tatuada en su boca.

Boquiabierta, me lo quedo mirando.

—No es asunto tuyo —le espeto.

No para de mirarme y el brillo de diversión en sus ojos me revuelve las tripas y hace que quiera golpearlo con fuerza... aunque no me gusta la violencia, él saca esas ganas ocultas en mí.

—Conmigo no te enfades, que yo no tengo la culpa de que hayas decidido salir con un capullo.

¿Qué? ¿Este quién se ha creído para insultar a Tyler? A Tyler sólo lo insulto yo y únicamente yo.

Resoplo para que vea que no estoy de ánimos.

—Mira, Neal, si no quieres acabar sin dientes esta noche, será mejor que te apartes de mi camino y que no vuelvas a insultar a Tyler —replico tratando de no estallar de la rabia.

En serio... ¿este chico es tonto o es que se entrena para ello?

Me mira mal, con su típica cara de idiota perdido y frunce el ceño.

—¿Por qué siempre eres tan desagradable conmigo? —pregunta haciéndose el inocente.

—¿Será porque te lo has ganado a pulso?

—¡Venga Olivia! —exclama echando la cabeza hacia atrás con molestia—. ¿Vas a estar eternamente enfadada conmigo?

—Sí, ahora déjame pasar —le gruño.

Resoplo para apartarme un mechón rebelde de la frente y trato de deshacerme de él, pero vuelve a sostenerme del brazo.

—Escucha, por favor. Sé que hice las cosas mal, pero te lo pido por favor, enterremos el hacha de guerra. Queda poco para que acabe el curso y me gustaría que no llevásemos bien.

Me quedo en silencio observándole durante un tiempo indeterminado. A veces creo que de verdad anda escaso de neuronas o que el pobrecito tuvo algún problema al nacer.

—No puedo perdonar todo el daño que has causado —contesto arrugando exageradamente el ceño.

—Ya... —Suelta mi brazo y se guarda la mano en el bolsillo de su pantalón, mientras se tambalea un poco sobre sus talones—. Oye, ¿porque no me dejas que te traiga un poco de tu bebida favorita? Déjame hacer algo bueno por ti.

Fuera de mi caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora