42. Eso es porque te sobra esto

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TYLER

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TYLER

—¡Maldita sea! —exclamo golpeando la puerta del ascensor con el puño cerrado—. ¡Mierda!

—Perdone, ¿se encuentra bien? —pregunta la recepcionista con cara de preocupación y ocupando su lugar detrás del amplio mostrador marmolado de la recepción, pero la ignoro y me marcho de allí, ante la atenta mirada contrariada de los huéspedes que esperan el ascensor.

Vuelo al salón frustrado y sin saber muy bien a dónde dirigirme. Esto va a ser más duro de lo que imaginaba. No debería pensar en Olivia ni tampoco debería peocuparme por ella, pero no puedo evitarlo, joder. No puedo sacármela de la puta cabeza y eso me cabrea. Llevaba quince días sin verla y parecía que lo estaba llevando bastante bien, hasta que la he visto aparecer esta noche como un puto angel vestida de blanco. Ella me importa, siempre me ha importado, no sé a quién coño quiero engañar con toda esta mierda, la verdad. Encima verla llorar me ha hecho sentir un auténtico miserable.

Sí, es cierto, me jode, me jode mucho que haya jugado conmigo y me jode aún mucho más que me ocultase que había quedadon con el payaso de Neal. Cuando April me enseñó aquella foto de los dos juntos, creí que enloquecería de la rabia. Me dolió cien veces más que cuando vi a April besándose con aquel tipo en el portal de su casa, y eso quiere decir que lo que siento por Olivia es mucho más fuerte que lo que sentí por April. Ni siquiera se le aproxima.

Nunca pensé que Olivia sería de esas que les gusta andar comiendo de varios platos a la vez.
Sé que no me conviene; no solo por lo de Neal, sino también por muchas otras razones de peso que hacen que lo nuestro sea una auténtica locura. Eso lo supe mucho antes de implicarme emocionalmente con ella, pero era demasiado tentador como para rechazarlo. Al fin poder besarla, poder acariciarla, poder probarla...

Necesito despejar mi mente, así que me acerco a la barra libre y me tomo tres tragos de anís seco de golpe. Me hacía mucha falta. April aparece a mi lado y yo dejo la copa sobre la barra para poner los ojos en blanco. ¡Qué pesada es! Parece que no me la voy a quitar de encima en ningún momento.

—¿Dónde estabas? —pregunta con un dejo de preocupación. Me agarra de los hombros y me inspecciona de arriba abajo—. ¿Estás borracho?

—Yo no diría tanto —respondo arrastrando las palabras a cuenta del alcohol.

Lo cierto es que estoy un poco mareado y no sólo por los tres tragos de anís, sino por todo lo que he bebido a lo largo de la noche. April no ha parado de servirme vino durante la cena y de insistir en tomarnos algo mientras bailábamos. No estoy acostumbrado a esto, así que a poco que bebo me sube bastante.

—Vale, se acabó. Voy a pedirte un poco de agua —dice levantando la mano al camarero para que nos sirva una botella.

Sacudo la cabeza con fuerza. ¿Ha dicho agua? ¡El agua para los peces!

—Llevas toda la puñetera noche insistiendo en que beba y ahora quieres que pare, que curioso.  ¿No será que querías tenerme ebrio sólo para poder besarme a tu antojo? —le espeto hipando.

Fuera de mi caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora