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—¡Papá apúrate que voy a llegar tarde a la escuela! —grita mi hija y termino de anudar las trenzas de mis zapatos para llevarla, falta un cuarto para las ocho, si no me apuro llegaremos tarde, de nuevo.

—Vamos Emily, estoy listo —bajo las escaleras rápidamente y la veo sentada en el mueble, sonrió al ver que lleva sus lentes puestos y un montón de pulceras coloridas —Estas preciosa hija —con una sonrisa me agradece y nos montamos en el auto.

Como siempre conduzco un poco mas rápido para dejarla en el colegio a la hora, tengo una reunión importante a las nueve y odio ser impuntual, de reojo veo a mi pequeña quien sonríe, que travesuras estará tramando en su loca cabecita.

—¿Qué piensas Emily? —le pregunto.

—Recuerdo a Frida —mi mandíbula se tensa al escuchar el nombre de la loca de ayer, que tipa más pesada —Te llamo cobarde —suelta una carcajada alegre y no evito la sonrisa que se cruza en mis labios, al parecer esa chica causo revuelo en mi hija con sus tatuajes y su manera tan peculiar de llamarme cobarde.

—No soy ningún cobarde, ella dijo eso porque es... es un poco extrovertida —le llamo así, por no llamarla loca delante de mi hija, pero quién coños toma una curva a esa velocidad en moto, acaso en ella no hay una pizca de precaución, es una inconsciente.

Aunque su mirada preocupada al ver a Emily...

Basta Isaac, esa loca ocupó tu mente el día de ayer, hoy es otro día. Me estaciono en el colegio y me salgo para abrirle la puerta del coche, mi hija es toda una princesa y la trato como tal.

—Adiós papá, te amo —Dejo un beso en su frente susurrándole un te amo y la veo perderse dentro de la escuela, esta tan grande que aveces no creo que esa sea la pulguilla que tuve en mis brazos hace ocho años.

—Amigo Isaac —me volteo con las manos metidas dentro de los bolsillos y veo Ernesto, mi mejor amigo de toda la vida.

—¡Eh, hombre! — estrechamos nuestras manos —¿Qué tal todo? —veo a su pequeña Amaya entrar por la misma puerta que mi hija, ellas son mejores amigas también y van al mismo curso.

—Todo bien, Emily nos dijo ayer que chocaste a una chica, ¿fue cierto? —rasco mi frente un poco irritado, a veces a mi hija se le va lengua.

—No choque a nadie, esa mujer apareció de la nada con su moto y frenamos a tiempo, no paso a mayores —Él asiente sonriendo —¿Qué más te dijo Emily? —suelta una carcajada y ya se que le dijo, esa mujer arruino mi vida llamándome así.

—Que la chica te llamo cobarde —vuelve a reír como si fuese el mejor chiste del mundo.

—Esa mujer esta desquiciada, tenías que verla, primero estaba temblando de miedo, luego me llamo cobarde furiosa y después paso a estar preocupada por Emily, su actitud era tan... no tengo palabras era tan ella y punto, esta loca, espero no cruzarme con ella nunca más.

—¡Vaya men! Parece que cierta desquiciada te ha dejado descolocado ¿no? —palmea mi espalda con una sonrisa burlona, es verdad, esa alocada mujer me ha dejado descolocado y no se porqué, no es tipo de mujer en el que yo me fijaría, pero eso jamás lo admitiría delante de nadie.

—Para nada —niego descaradamente y Ernesto parece creerlo porque el tema queda zanjado.

Hablamos unos minutos más y nos despedimos, no sin antes quedar para tomar unos tragos el viernes en el bar de Juancho, no somos rumberos como la mayoría de este pueblo, pero apreciamos un buen whiskey, junto a una buena musica y eso solo se consigue en ese bar, por eso cada vez que podemos nos citamos allí. 

¿Qué diablos, Frida?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora