16. Engranajes

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—Oye, no me hagas un drama ahora. Tampoco es para tanto, supéralo. Si, total, ya está muerto ¿Qué más da? Sería peor saber que el traidor es el otro amiguito de tu padre. Os librasteis de él, lo superarás —Le maté con una mirada.

—¿Qué sabrá un demonio como tú de lo que se siente al perder un ser amado? —Carraspeó un par de veces algo ofendido. Hice una mueca, me había pasado—. Lo siento, no quería...

—¿Ofenderme? No tengo sentimientos, es en vano que me pidas disculpas —Se levantó a cerrar la lápida—. Ahora que ya sabemos la verdad ya podemos volver. Me iré con Kayen y cuando te dé la gana ayudarme ya me avisarás —Me recuperé. Quité algunas lágrimas de mi rostro y me levanté. Intenté cogerle la mano, pero me la apartó.

—Perdóname, te he vuelto a juzgar.

—Tienes costumbre —respondió con indiferencia.

—Me criaron como una Elda de manual, me enseñaron a odiar a los demás seres del Balakän, Damon. Hago mi mejor esfuerzo para intentar entenderte, y quiero ver lo bueno que tienes, tú y todas las demás razas que existen. Pero los prejuicios cuestan de enterrar.

—Conmovedor. No me cuentes tu vida. Seguirás siendo una Elda racista, supremacista y genocida en el fondo. Solo usas maquillaje, porque necesitas la ayuda de los seres ancestrales, pero tienes el alma tan podrida como los demás.

—Tú estás juzgándome ahora. Del mismo modo y sin motivo alguno. Me estoy esforzando en entenderte ¿No lo ves?

—¿Qué quieres que haga? ¿Qué te ponga una medalla y te felicite por aceptarme como soy? Es lo normal, Eirel —Dio un par de zancadas y se acercó a mí. Hasta casi rozar nuestros cuerpos—. No deberías hacer un esfuerzo por entenderme. No deberías hacer un esfuerzo por olvidarte de que soy un demonio, deberías aceptar que lo soy, y ya. El esfuerzo está en el hecho de que quieres verme como uno de tus Eldas, y no lo consigues.

Me hundí en sus ojos. Dejé que me absorbiese con la ira que desprendían esos vórtices negros. Sus sombras acariciaron mi piel, rodeándome. Se había puesto nervioso, de alguna forma que yo no entendía, él había perdido los estribos por esa pelea. Hubiese deseado en ese momento un mínimo contacto, dejar una caricia sobre su mandíbula...

—¡Alto en nombre de su majestad el Rey! —gritó una voz al final del pasillo.

Nuestras pupilas se ensancharon a la vez. No habíamos percibido el peligro. Estábamos absorbidos el uno por el otro y nos habían encontrado. Damon intentó abrir un portal, pero no le funcionaba, como si algo hiciese interferencia en sus poderes. Lo intentó un par de veces hasta que el final rebufó y se dio por vencido. Nos quedamos plantados, uno al lado del otro. Observando como media docena de guardias se acercaban cautelosos hacia nosotros.

—Podría matarlos a todos con un suspiro —propuso Damon.

—Ni se te ocurra —susurré—. Sígueme la corriente y no hagas espectáculos innecesarios.

Los hombres avanzaron hasta ponerse a pocos metros de nosotros. Mantuve mi semblante amigable, lista para decirles quien era, y darles una excusa viable para que eso quedase en una anécdota divertida, vergonzosa y extraoficial.

—Hemos encontrado a los ladrones de tumbas, alteza —anunció uno de los tipos. Los guardias abrieron un pasillo entre ellos.

Justo de detrás del enorme señor apareció una corona pegada a una cabecita que reconocería entre un millón. Yarel. Detrás de él, Edward. Mi suspiro de alivio removió hasta el polvo de las estatuas de ese lugar. Arranqué a correr hasta el rey, al mismo momento que él lo hizo hacia mí. Nos encontramos en medio de ese pasillo y nos fundimos en un abrazo eterno. Le levanté del suelo incluso, dando vueltas con su cuerpo entre mis brazos como un muñeco. Se puso a reír e incluso yo misma me fundí a carcajadas con él. Damon se nos aceró a paso lento, Edward también. Nuestro rey se dirigió a las tropas.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora