49. La Nota

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Cada paso que dábamos, cada centímetro de tierra que avanzábamos hacia esa ciudad sentía que se me iba un pedazo de alma. Mis tripas estaban anudadas, mi cabeza estaba al borde del colapso, intentaba prestar atención a cada detalle, incluso una espada desenfundada por parte de un guardia me preocupaba.

Llegamos delante de una enorme comitiva encabezada por Yarel, había generales y nobles justo a un metro por detrás de él. Mi amigo tenía una preciosa sonrisa en la boca, como si nada malo pudiese pasar, se sentía seguro.

El rey llevaba sobre sus hombros una preciosa capa azul turquesa, Yarel estaba radiante. Me acerqué a él, junto a mi padre y nos sonrió. Papá sacó su mejor mascara de Guardián perfecto y sonrió a los tipos reunidos tras el rey, luego dijo en voz alta y clara:

—Es un honor ser recibidos por su majestad, y nos complace asistir a esta festividad. Gracias por invitarnos. —Nos saludamos cordialmente, mi padre le tendió la mano al rey—. Es igualmente de nuestro agrado ser recibidos por esta comitiva real, gracias por su asistencia y fidelidad a la corona y a nuestros ejércitos —Todos asintieron complacidos. Mi padre me miró y me animó con un ladeo suave de cuello.

—Como bien ha dicho mi padre gracias por vuestra fidelidad y servicios a nuestro rey. Es para mí y mis Protectores un honor estar en estas Festividades de la Victoria, una victoria tan nuestra como vuestra.

Miré a papá y me levantó el pulgar disimuladamente. Yarel se acercó un poco y se giró hacia el resto de los hombres.

—Demos la bienvenida a estos guerreros como solo nuestra ciudad y sus gentes saben hacerlo. Dichosos aquellos que cruzan sus calles entre flores ¡Que empiece el desfile! —Todos formaron como tenían estipulado.

Edward se quedó un poco rezagado del grupo hasta que desapareció, levanté una ceja. Sin él no hubiésemos vencido, era uno de los que tenían que salir junto a nosotros en ese desfile, tenía derecho a ser alabado por sus actos, al igual que Damon.

Las puertas de Vilangiack se abrieron entre flores, pétalos y ramos, la ciudad estaba engalanada para el día, pese a que era invierno había preciosas flores esparcidas por el suelo. La gente a nuestro paso tiraba flores de papel pues muchos no podían permitirse comprar flores frescas en esa época del año.

Todas las casas tenían banderas colgando de sus balcones con representaciones del Dragón de Escolapio, del escudo de los Kashegarey o del emblema de la ciudad, una camelia sobre un fondo azul.

Se escuchaban cornetas y tambores a la lejanía tocando para anunciar nuestra próxima llegada a la plaza mayor, en la que no quedaba rastro alguno del atentado. Los edificios se habían alzado de nuevo, la fuente del medio con tres enormes dragones tiraba agua de forma continua engalanada con guirnaldas turmalina y banderines. La plaza estaba abarrotada de gente con niños y en un instante, todo volvió a ser como antes del atentado, me inundó el pánico.

Frené en seco a Dun y la gente se me quedó mirando. Me bloqueé, no sabía qué hacer. Quería empezar a gritar que se fueran a su casa, que huyeran de ahí. No podía permitirme el lujo de dejar que esa gente muriese por otro de mis errores. De repente sentí la mano de mi padre sobre las mías. Nos quedamos mirando a los ojos y me sonrió.

—Yo también tengo miedo, Eirel, pero somos más fuertes que él. Vencimos esa guerra, venceremos las que vengan. —Lo miré y me guiño el ojo.

Cogí aire, tenía razón, éramos fuertes y apoyarme en él no era tan mala idea. Podíamos vencer si lo hacíamos juntos. Me aferré a la mano de mi padre y seguimos el camino entre flores, jolgorio y cantos. Llegamos al palacio, bajamos de los caballos y entramos.

Los nobles de toda Eralgia y parte del extranjero nos esperaban en ese salón enorme. La sala del trono se había reacondicionado como comedor y salón de actos, porque el gran comedor seguía siendo un hospicio.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora