72. Demonios

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Me tambaleé un segundo y luego recobré los sentidos. Iba vestido con una camisa oscura, abierta hasta la altura de las clavículas, lo suficiente como para dejarme ver la piel marmolada de su busto. Nos quedamos mirando a los ojos, me clavó sus pupilas, y se hizo un silencio largo entre nosotros. Torció sus labios y los curvó para dejar salir de ellos una sublime sonrisa. Burlona e irreverente, como él.

—Las chicas buenas deberían estar acostadas a estas horas de la noche señorita Kashegarey, debería informar al Guardián de tal descarriamiento. —Lanzó un paso hacia mí, intentando arrinconarme contra la mesa—. Aunque, podría llegar a un acuerdo por mí silencio...

—¿Qué tal si esta vez te hundo la daga en la tráquea?

Su mano se posó sobre mi cadera, y la deslizó hacia abajo mientras iba arrodillándose lentamente ante mí. Sus dedos reseguían el exterior de mi pierna con un paseo sublime. Maldije la finura de la tela de mis pantalones de dormir, podía sentir perfectamente como se me erizaba la piel. Su mano se cerró sobre mi tobillo y luego se levantó de una estocada ante mí.

—Vas desarmada... Qué fallo por tu parte teniendo un Demonio andando por esta casa ¿No?

—No me hace falta una daga para matarte —gruñí.

—No, en absoluto... Estoy empezando a pensar que te bastaría con una sola mano apretada contra el lugar indicado de mi anatomía para acabar conmigo...

—Claro, podría ahorcarte con mis propias manos —escupí cabreada.

—¿Y crees que eso me disgustaría?

Marcó una enorme sonrisa, satisfecho y se acercó aún más a mí, tanto que me obligó a sentarme sobre la mesa. Sus manos se cerraron a ambos lados de mi cuerpo, contra la madera, su cadera rozaba mis rodillas. Si yo hubiese abierto las piernas... Sí hubiese cedido sobre esa superficie, yo...

—Cuidado, tus latidos...

—Provocándome no vas a conseguir nada conmigo —lo advertí haciéndome la digna, intentado mantener a ralla mi cuerpo.

—Que admitas que te provoco ya es suficiente como para que lo siga intentando, soy duro de pelar cuando me obsesiono con alguien.

—Soy todavía más dura yo, créeme. En cabezota no me vas a ganar aún con toda tu inmortalidad, te lo aseguro —lo reté. Él siguió pegado a mí cuando ladeó su cabeza y me observó detenidamente.

—Sé lo de tus peleítas con tus niñeras por lo de la guerra con Axel. Tienen algo de razón, solo algo —admitió.

Se me atragantó la saliva. Esperaba una bandada de reproches por su parte no que los diera la razón a Caín y Arbenet. Me quedé petrificada, él seguía memorizando mi rostro, como si estuviera recontándome las pecas y siguió:

—Me revienta una vena cada vez que pienso en que ese cabrón anda suelto, pero... No estoy dispuesto a arriesgar tu vida por esa guerra. No hasta que crea que tenemos la fuerza suficiente para vencer. Axel es poderoso, yo no puedo contra él, y tú no estás lista, te falta mucho aún por aprender... Y si te mata...

En ese último susurro se encontraron nuestros ojos a escasos centímetros. Nos quedamos mirando profundamente, yo me hundí en el universo de ónix de su mirada, buscando más allá de esa oscuridad, viendo un leve destello de una luz que vivía entre sus sombras... Yo murmuré entonces:

—Quiero luchar y vencerlo. Quiero vengarme por todo el daño que me ha hecho, lo necesito. Aunque... quizás estoy intentando aparentar ser fuerte, cuando en realidad soy más débil de lo que pensaba... —Damon dibujó una pequeña sonrisa compasiva en su rostro.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora