Pasaron tres o cuatro horas cuando escuché el repicar de unas campanas. Las mismas que me habían indicado las doce de la noche, ahora tocaban una sobria melodía, grave, triste, lenta... El sonido se arrastraba por cada uno de los rincones de esa ciudad... Era el aviso, era el sonido de la muerte, la banda sonora del dolor.
Eathan estaba despierto, mirando al techo. Lo observé por unos segundos, intentando averiguar qué estaría torturándolo a él... Suspiré rendida y me levanté de la cama. No podía dormir. Me asomé a la ventana.
—Debimos pedirle a Edward algunas hierbas para descansar... —murmuró mi amigo.
—No creo que haya suficientes hierbas en todo el Balakän para tranquilizarme ahora mismo... —afirmé en un suspiro.
Me abracé los hombros y pegué la frente sobre el cristal. Estaba destemplada. Me dolía el estómago, y la cabeza me daba vueltas. Me sentía mareada incluso. Resollé y me dediqué a apretar las correas de la coraza. Cuando estuve lista miré a mi amigo. Él hizo el ademán de levantase y le levanté la mano para detenerlo.
—No te muevas. Descansa un poco. Quiero ir a...
No sabía donde quería ir, pero quería irme. Estar sola de nuevo. Pensar y a la vez, no hacerlo. Eathan cabeceó para obedecerme, comprendió que yo necesitaba espacio y se limitó a tumbarse de nuevo y fingir dormir. Agradecí ese gesto, su empatía.
Salí de la habitación. En la puerta me esperaba el Capitán Röchert. Me quedé apoyada sobre la madera, mirando al suelo. No sabía cómo hubiese actuado mi padre, así que, yo seguí mis instintos. Levanté la vista y el Capitán formó, en un saludo militar rápido.
—Capitán, no es necesario que me persiga allá donde quiera que me vaya. No necesito a nadie vigilando mi puerta, se lo agradezco, pero... —Afirmó convencido y empezó a irse—. Gracias por entenderlo... —murmuré antes de perderlo de vista.
Observé las losetas del suelo de forma indefinida. Como cuando terminas de levantarte de dormir y miras una zapatilla porque tu mente no está disponible por el momento, yo estaba así, desconectada. Suspiré y me froté el rostro, agotada.
—¿Eirel? —preguntó una voz familiar a mi espalda.
Justo al girarme, apareció Caín detrás de mí. Crucé una mirada con él y el mundo se desplomó. Nos fundimos en un abrazo. Reconocía ese dolor en los ojos, se lo había visto a mi padre al morir Alarich. Caín acababa de perder a su mejor amigo, a su hermano.
Rompí a llorar al sentir sus brazos, me recordaba a mi padre en su forma de rodearme... Tras unos minutos abrazados nos separamos, entre sollozos, lágrimas y suspiros de ambos.
—Por las alas del Dragón, no te encontraba por ninguna parte... —rezó él. Me acarició el rostro—. Necesitaba verte...
—Lo siento, Caín...No pude salvarlo... Perdóname... —Me abrazó de nuevo y me frotó la espalda con energía.
—Ha sido el Destino, tú no puedes controlarlo. Ha sido una horrible jugada del Destino, tú jamás tendrás culpa de nada de esto... ¿Cómo está tu madre?
Se me rompió el corazón... Yo había huido de ella. Me había ido lejos para evitar ver su dolor porque para mí escuchar llorar a mi madre era algo insoportable. Hice una mueca de dolor, me sentí un monstruo horrendo en ese momento, y luego solo pude murmurar:
—Le he fallado... Me he escondido.
—No, Eirel, tú no has fallado a nadie. No te apartes, y no fue tu culpa. No mereces pasar por esto sola. Vamos a ver a tu madre... —Me tendió la mano, animándome.
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ERALGIA II, Los Demonios
FantasySEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...