50. Nada

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El sol matutino podría haber sido agradable, pero me quemaba las retinas. Conjuré las cortinas y las moví para cerrarlas. A mi espalda escuché una risita grave, Eathan estaba pegado a mí, abrazándome y apretándome contra su cuerpo con delicadeza. Su mano estaba posada sobre mi vientre.

—Buenos días... —murmuró él. Su voz sonaba ronca, ahogada. Era música para mis oídos...

—Buenos días... —gruñí.

Mi voz parecía el rugido de un león hambriento. Estaba afónica. Había chillado tanto y gritado a pulmón que me había quedado sin voz. Mi amigo se puso a reír levemente.

—Madre mía, pareces un señor de ochenta años que ha trabajado en la mina toda su vida. —Le pellizqué el brazo y me giré hacia él—. ¿Te has comido un dragón? —Carraspeé y forcé mi mejor voz.

—Le pediré ayuda a Edward.

—Pídele que me saque a mí el dolor de cabeza... —Sonreí.

Él seguía con sus ojos cerrados, yo podía apreciarlo a esa corta distancia, con los brillos del sol acariciando su rostro. Mordí mis labios y ladeé mi cabeza, mirándolo.

—¡Estabais aquí! —gritó Arys abriendo la puerta.

Su chillido fue como una patada en la frente. Ahogué un quejido y Eathan maldijo mientras se acurrucaba a mí. Ella rodeó los sofás y corrió las cortinas. Se llevó las manos a la cintura.

—Vergüenza os tendría que dar terminar así sin mí, cabrones. ¡Cuando saque a este bebé quiero repetir esta fiesta, me los debéis todos!

—Haré lo que quieras, pero no grites... —musitó Eathan.

Edward apareció desde un portal al lado de mi amigo, se le echó encima, aplastándolo con su cuerpo.

—¡Ahora que está borracho puedo hacerle cosas indecentes! —Eathan ahogó una carcajada.

—Quítame el dolor de cabeza y te dejo hacerme lo que quieras —susurró él.

El brujo se puso a reír. Giró a mi amigo, tumbándolo boca arriba y se sentó sobre su abdomen de una forma tremendamente provocadora. Apoyó las manos sobre el pecho del chico y las deslizó hasta la mandíbula. Le dio un beso. Yo brinqué de su lado como un gato al que le dan una palmada.

—¿Mejor? —preguntó el brujo con los labios aun sobre los de Eathan.

—Mejor... —murmuró él— Necesito agua fría.

Eathan se levantó de golpe dejando a Edward sentado sobre las almohadas. Los mirábamos atónitas las dos, Arys hizo una mueca graciosa y se tiró a mi lado riéndose.

—¡Yarel se va a poner celoso! —voceó la rubia.

—He hecho cosas peores ante él y con él... —refunfuñó el brujo en una confesión— Besa bien, por si te interesa saberlo —dijo Edward hacia mí. Le palmeé el brazo.

—Estoy algo afónica —confesé en un gruñido. Ambos se pusieron a reír.

—Estás muy afónica —corrigió Arys.

—Parece que te has comido dos sacos de arena —dijo el chico con una risotada. Me acarició el cuello y tras un leve dolor carraspeé y lo probé de nuevo.

—Gracias.

—Podría haber solucionado lo de Eathan igual, pero yo no desperdicio oportunidades, querida. Hay que vestirse.

El segundo día de las fiestas se dedicó a celebraciones de carácter ceremonial, estuvimos rezando por las almas de nuestros difuntos por horas, escuchando los sermones de los Ancianos del Consejo, y yo reprimiendo mis ganas de decirles cuatro cosas sobre el respeto y la igualdad.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora