23. Algo bonito

751 105 6
                                    

El pequeño tornado sacudió la piscina de un lado a otro y al fin estallo creando una especie de escarcha que brillaba con los primeros rayos de sol, creando una escena preciosa que me arrancó una sonrisa. Edward se acercó a Yarel y le susurró algo en el oído, el joven rey se sonrojó y soltó una risotada.

Yarel intentó animarme explicándome lo mucho que se divertían los niños en el palacio y todas las actividades que llevaban a cabo, pintando, jugando, cocinando pasteles. Me parecía increíble el esfuerzo que mi amigo estaba poniendo para hacer funcionar todo un país sin apenas ayuda.

Había conseguido que muchos de los soldados que volvían del frente encontrase trabajo como constructores de los nuevos proyectos del Rey, nuevas vías de comunicación, buenos caminos aptos para carruajes grandes. Construía y reparaba escuelas, levantaba hospicios y hospitales, y todo con una sola intención, hacer feliz a la gente, dar una vida digna a todo el mundo. Edward me sacó de mis pensamientos con un codazo.

—Yarel está dejándose la garganta explicándote todos los maravillosos proyectos que antepone a mí, y tú estás en otra dimensión. Presta atención por lo menos, que yo este discurso me lo he comido doscientas veces —Me acerqué un poco más a mi brujo y le susurré en el oído.

—¿Me lo da a mí o cada vez tú y mi rey os veis más a menudo? —Levanté una ceja, Edward sonrió— ¿Hay algo bonito que deba saber?

—Lo único bonito que hay aquí es ese chico de ahí... Que lleva una corona sobre su cabeza, el peso de todo un país encima y le sobra tiempo para pasarlo con un viejo brujo como yo...

Su mirada se perdió viendo a Yarel. Conocía esa forma de mirar a alguien, lo quería... Era esa mirada inconfundible, esa en la que los ojos brillan con un tintineo peculiar, con un halo de luz hermosa, que solo responde a un sentimiento: Amor. No pude evitarlo y le tomé la mano con fuerza.

—No puedo ver otra persona que no seas tú a su lado, Edward. Tú nos cuidas a todos, nos proteges y nos ayudas, sin ti... Dios, ni me imagino como hubiese terminado todo. Te debo tanto —Negó repetidas veces.

—Yo te debo más, cielo. Me sacaste de ese oscuro lugar, me tendiste tu mano sin importarte nada ni quién era ni cómo era. Durante ciento cincuenta años había estado solo en esa cabaña, con Edwin, lamentándome y muriéndome en silencio. Ciento cincuenta años eternos, hasta que una joven pelirroja me sacó de ahí. Te debo mucho más de lo que imaginas —Dejó un beso sobre mi sien.

—Me alegro de que estés con nosotros... Y me alegro de que tú y nuestro rey seáis tan... Amigos. 

Una risita nos subrayó a ambos la nariz. Yarel nos estaba mirando como si supiese exactamente que ocurría.

Nos juntamos de nuevo en una esquina de la piscina y nos quedamos en silencio, escuchando el sonido del agua. Se estaba bien, pero, estaba agotada. Estaba en ese punto del cansancio en el que te sostienes por inercia, pero no era agotamiento físico, me pesaba algo peor sobre los hombros, había dos hombres y una decisión que me estaban consumiendo mucha más energía de la que disponía. Apoyé mi cabeza en el hombro de Eathan y entrecerré mis ojos, hundiendo mis labios sobre su brazo.

Abrí mis ojos... Estaba sentada en el borde de la escalera del consejo de ancianos, de cara a la plaza, como ese día, el día de atentado.

El día en el toda Vilangiack se transformó en un océano de dolor, de lágrimas, de llantos. De gritos por hijos muertos, por padres perdidos, por amigos demasiado fugaces...

¿Era un sueño? ¿Cómo había llegado a ese lugar? Me fijé en la multitud que iba amontonándose poco a poco a mis pies. Todos me miraban. Los niños estaban contentos y sonreían vestidos con sus mejores trajes, que bonita era la vida... Que efímera. Saludé a una niña con mi mano, pero no me devolvió el saludo. No me veían... Busqué detrás de mí y no había nadie, estaba vacío.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora