Empezaba a pensar que había hecho un pacto con el mismísimo diablo... Por su boca se asomó una tétrica sonrisa.
—¿Cómo puedes ser capaz de decir estas cosas de tu propio hermano? Eres el ser más despreciable que jamás ha pisado el Balakän.
—Y tú el más inútil —El humo del portal empezó a materializase—. Vete con tu perro faldeo, yo me encargaré del imbécil de mi hermano —De un empujón me metió dentro del vórtice.
Aparecí en el palacio de Yarel, en la sala de estar en la que habíamos estado unas horas antes. Me dejé caer sobre los cojines del suelo, frente la chimenea. Pelearme con Kayen me había roto por dentro. Nuestra relación se estaba enfriando cada vez más, como si nuestro amor se fuese apagando como una pequeña llama.
Desde que Rasel me hizo eso, no había logrado sentirme cómoda junto a él. Me sentía culpable de lo que había ocurrido, sentía que le había traicionado... Él no merecía nada de lo que yo estaba haciéndole. El sol empezaba a despuntar en el exterior, llenando toda Vilangiack de luz y calidez, pero en cambio a mí, las tinieblas me habían hecho presa de sus garras.
No quería distanciarme de Kayen. Él me había levantado en mis peores momentos, y sin él me veía de nuevo en un abismo. Hasta la fecha, desde el primer momento en el que le vi había luchado por ver siempre una sonrisa en mi rostro. Me horrorizaba el imaginarme que podría perderle. Irse con Axel era un suicidio. Damon lo mataría, y lo perdería para siempre.
Aunque fuese egoísta, prefería mantenerle encerrado, y que me odiase, antes de perderle por hacerse el héroe. No era momento de sacrificios, debíamos permanecer unidos, si uno de nosotros desaparecía desequilibraba nuestras fuerzas, juntos éramos invencibles, éramos un puzle, una maquina perfectamente programada para funcionar al milímetro, sin una de estas piezas toda nuestra estructura se derrumbaba.
Kayen no veía que era más necesario a nuestro lado que no sacrificándose. Axel no respetaría el trato, utilizaría su poder para controlarlo y cargaría contra nosotros, como un Caballo de Troya, como un anzuelo para desestabilizarnos. Y si para evitarlo tenía que encerrar a la única persona capaz de quererme, lo haría.
Mi obligación era proteger Eralgia, a sus gentes y sus fronteras; por encima de todo, por encima de cualquiera. Me palmeé los muslos, podía domar ese caballo, solo debía escoger el camino correcto. Lo haría, saldríamos de esto.
Me levanté del suelo y recoloqué mi ropa. Me fui hacia un espejo y me acicalé para mejorar mi aspecto y quitar esa cara de perro pateado que llevaba. Eathan merecía mi mejor versión, debía olvidarme por un rato de Damon, de Kayen y de todos los demonios del Balakän y centrarme en mi mejor amigo.
Bajé las escaleras lentamente, intentando hacer le menor ruido posible, era primerísima hora de la mañana, todo el mundo dormía. Me deslicé entre las camas de la gente de la planta baja, en ellas dormían madres junto a sus hijos, tapados hasta la nariz, disfrutando de un sueño reparador. Todo estaba en calma.
Dirigí mis pasos hacia los baños. Desde la entrada pude oír la preciosa risa de Yarel. El lugar era húmedo, y una nube de vaho dificultaba la visión. Había varias piscinas, todas ellas pequeñas, de no más de cuatro o cinco metros de largo, cuadradas. El suelo estaba hecho con cerámica azul de varios colores que creaba preciosos dibujos.
Entraba un poco de luz por unas pequeñas ventanas en forma de círculos. Grandes columnas se alzaban por todo el recinto sosteniendo unos altos techos abovedados.
Edward, Yarel y Eathan se encontraban en una pequeña piscina hablando. Con pasos sigilosos me adentre en los baños hasta colarme tras uno de los pilares. Empecé a moverme de una columna a otra hasta estar justo al lado de Yarel. Justo cuando estaba a solo un suspiro de darle el susto de su vida mi amigo paró de reír de golpe. Aguante la respiración un segundo, cuando una pequeña pluma blanca se me posó a los pies.
ESTÁS LEYENDO
ERALGIA II, Los Demonios
FantasiSEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...