86. El poder de un Dios

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Estaba en mi casa. Sentada en uno de los sillones del salón. Me encontraba tan bien, tan relaja y feliz... Mamá estaba leyendo a mi lado. Escuchaba la risa de unos niños en el exterior. Me levanté y miré por la ventana que daba cerca del lago.

Eathan sostenía entre sus brazos a un precioso niño, al que tiraba al aire y hacía reír. Había dos niños más correteando a su alrededor, y Anna, mi niña estaba con ellos. Suspiré feliz de poder ver esa escena. Ojalá no hubiese sido un simple sueño...

Abrí lentamente los ojos. La luz me cegó e hice una mueca. Estaba en un lugar similar al de mi sacrificio. En lo alto del templo.

El aire me hacía revolotear el pelo ligeramente. Estaba tumbada en una pequeña cama, la almohada era suave, como el pelo blanco de un animal. Estaba medio tapada con una mantita de un tejido claro y aterciopelado.

Me sentía agotada, todo mi cuerpo pesaba tres veces más del normal. Poco a poco fui girando la cabeza hasta ver a Damon sentado en un sillón de color caramelo, mirándose la mano, envuelta en un vendaje. Me vio y acercó el asiento hasta a cama. Nos quedamos mirando y me retiró un par de mechones del rostro.

—La próxima vez, no me hagas caso cuando me ponga en modo Guardián, cógeme por el cuello y oblígame a retirarme —murmuré—. Me duele todo el cuerpo.... ¿Cuánto rato he dormido? —Rebufó y me miró con intensidad.

—Seis años.

Di un salto sobre la cama en la que estaba tumbada ¡Eso era imposible! ¡No podía ser real! Él mantenía su mirada fija en mí, con seriedad. Yo empecé a pensar en todo lo que había podido ocurrir al mundo durante ese tiempo, me empecé a tocar el cuerpo y al final, Damon se puso a reír.

—Seis horas, idiota...

—Agh, muérete... —dije echando la cabeza atrás de nuevo.

Sonrió mientras se me acercaba mucho a la cara. Apoyó su frente sobre la mía y luego sus labios. Yo me tensé ante ese contacto tan cercano. Se sentó bien de nuevo e hizo una mueca, indolente.

—No tienes fiebre, eso es bueno según la Sacerdotisa, o matasanos, de tu tía.

—Que imbécil eres... Casi me muero del susto. —Respiré hondo—. Gracias por salvarme la vida, de nuevo y por enésima vez. —Negó repetidamente y me enseñó su mano— ¿Qué te ocurre?

—Mis poderes no funcionan aquí, soy completamente vulnerable. El corte que me hice con el puñal no se me ha cerrado como lo hace de costumbre, y aplicando eso a tu caso, no ha sido mi sangre la que te ha curado. Fue tu propio poder el que lo hizo. Aunque te ha quedado una cicatriz que da gusto... —Intenté levantar la cabeza, pero me dolía muchísimo el cuerpo—. No te muevas, no puedes hacer esfuerzos. —Me relajé y cerré los ojos de nuevo. Respiré lentamente, me dolía todo.

—Para tener mucho más poder siento que mi cuerpo está más muerto que vivo, la verdad. Siento que me han pegado una paliza con una barra de metal, creo que jamás me había sentido tan mal.

Intenté recolocarme lentamente, me dolía una barbaridad la herida. La acaricié por debajo de la mantita que me cubría, pasando la mano entre la obertura del batín. El tacto de los dedos sobre la cicatriz me provocó un escalofrío. Era enorme, rugosa, y estaba justo encima de mi útero...

No sentía el peso de la esfera, como si hubiese desaparecido de mi interior, pero sentía un vacío en el pecho. Un dolor latente que iba creciendo poco a poco, cuanto más acariciaba esa cicatriz, más me costaba respirar. Damon se dio cuenta de eso, me cogió la mano rápidamente, apartando mis yemas de ese lugar. Apretó sus dedos contra los míos y los pasó uno a uno por sus labios...

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora