La entrada del edificio la precedía una enorme escalinata, y tras ella centenares de colosales columnas se entramaban como un precioso bosque por toda una plaza. Diversas cintas de tela, larguísimas, colgaban de los altos techos enroscándose en las columnas por la fina brisa que soplaba. No hacía frío, ni el sol parecía arderlos la piel a esas jóvenes. Era un paraíso en el Balakän, escondido de todos los males y dolores.
El brillo de dos puertas de oro me cegó por un instante, la ostentación que había en ese lugar no la había visto en toda mi vida. Las puertas se abrieron de par en par dejando a la vista el interior de ese templo.
La estatua de Escolapio ocupaba todo el centro del edificio, estaba hecha de mármol, esculpida con todo lujo de detalles. Sus ojos eran dos enormes gemas azules. Delante de la estatua se alzaba un trono de oro cubierto con una manta de terciopelo azul. La Sacerdotisa se sentó en su sillón áulico y cruzó la pierna por encima de su rodilla, reclinándose como una reina. En su mano sostenía un orbe, una especie de globo, una preciosa bola de plata blanquecina, perlada.
—Sabía que vendrías en algún momento, tu padre se tomó al pie de la letra la profecía. Quieres saber cómo dominar tu poder de Sacerdotisa, pero ni siquiera dominas el poder de Guardián.
—Domino el poder de Guardián. Vencí una guerra con él. Mi padre me entrenó para ello, y no solo mi padre. Soy legitima, y estoy preparada para asumir todo el poder que me pertenece.
—El poder de la Sacerdotisa funciona de forma distinta al de Guardián. Este lo obtienes cuando la predecesora decide cederlo, no viene de nacimiento. —Yo la miré con rabia, pero quise usar un tono lo más distendido posible.
—Necesito ese poder para vencer a Axel. Es un enemigo en común, podría destruir Eralgia, todo lo que conocemos... —Sonrió de forma burlona.
—¿Con eso pretendes convencerme? ¿Salvar Eralgia? ¿Para qué? ¿Para qué querría salvar un país que me ha mantenido prisionera en un lugar como este durante toda mi vida?
—Haré lo necesario para cambiar esto si es lo que deseáis. Es injusto. A partir de ahora podríamos cambiar el rumbo de los hechos. Aceptar que las mujeres y los hombres son iguales y que ambos pueden ocupar los sitios que se designen. Podemos cambiar la historia si me ayudas... —supliqué bajando la cabeza, en una reverencia cordial.
—¿Para qué iba a convertirte en la heroína de esta historia? Tú también podrías pasarme tu poder y ser yo la que atesorase los dos. Estoy segura de que no lo harías —apostó.
Levanté el mentón con la misma sagacidad que lo hacía mi padre. Di un paso al frente. No me conocía, yo daría mi vida por Eralgia, por la gente que en ella habitaba. Yo le entregué todo cuanto tenía a mi país, y hubiese tirado mi alma al fuego del infierno si con ello me hubiesen asegurado la paz perpetua en mi mundo, en todas las Dimensiones que existían, en todas aquellas que llegué a considerar un hogar... Encaré a mi tía acercándome a ella y manifesté:
—Si te comprometes a vencer a Axel y a terminar con todo el sufrimiento que causa ese monstruo, te juro que te entregaría hasta mi vida.
Mis palabras golpearon ese rostro de seriedad, esa máscara fría que ella vestía sobre sus facciones perfectas. Ella se sobresaltó. Se quedó mirándome a los ojos y ladeó la cabeza, como si hubiese recibido un bofetón de realidad e intentase encajar ese golpe. Yo seguí:
—No quiero ser la heroína de esta historia. No quiero medallas ni quiero la gloria. Quiero lo mejor para este país, como lo quería mi padre... Y si crees que tú puedes hacerlo, yo te cederé mi poder. —Damon me cogió por el brazo sutilmente, acercándome a él, y me susurró en el oído:
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ERALGIA II, Los Demonios
FantasySEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...