123. Claustrofobia

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Damon se incorporó a duras penas, sus heridas empeoraban cada vez más, pero no podía darme cuenta de ello en mi estado. Se sentó a mi lado y me arropó contra su pecho. Me abrazó con fuerza y no me soltó por un largo rato. Me habían arrancado el alma del cuerpo, me habían abierto el pecho a puñaladas, una tras otra, y no podía más, ya no... Eso era demasiado para mí, no tenía fuerzas para seguir, había perdido, ese era el fin de todo, de todos... Lo había perdido todo, todo cuanto deseaba, a mis amigos, a Arbenet, a mi padre... A Anna... A mi pequeña ratoncita la había dejado huérfana otra vez, y Eathan... ¿Qué pasaría con él...?

Nos separamos ligeramente y me cogió el rostro entre sus manos. Me dio un beso en la frente y nos quedamos mirando a los ojos, con sus pulgares me acarició la mandíbula lentamente. Tenía mala cara, estaba pálido y se le marcaban mucho las venas... Negué, no podía perderle a él... Le acaricié el rostro con mi mano y me detuve sobre su herida y empecé a curarle. Apartó mi mano con sutileza y se levantó a duras penas. Me tendió su mano para que me levantase con él. Una vez plantados uno frente al otro nos miramos y forzó una sonrisa.

─Eres el mejor Guardián que jamás ha tenido Eralgia, no quiero que vuelvas a echarte la culpa de nada, Eirel. No te fustigues a ti misma de este modo, no te lo mereces. Has hecho lo correcto y nos la han jugado, pero esto no es tu culpa, has estado luchando como una leona por tu país, por liberar a mi propio país y por vengarte de todo el daño que te han hecho, no eres una vergüenza para nadie, Eirel Kashegarey, eres un orgullo para cualquiera que te conoce ─negué y empecé a llorar de nuevo. Damon me cogió por los hombros─ Sé que duele, te han hecho demasiado daño, pero debes ser fuerte, no tienes tiempo de llorar, ni de apenarte, piensa en ti, no podemos quedarnos aquí dentro, Eirel ─me levantó la barbilla hacia él─ Vamos a salir de esta sala, con la cabeza bien alta, porque Axel se ha ido, ha desaparecido, así que a ojos del mundo vas a ser una heroína ─chasqueó su lengua y sonrió─ Siempre lo has sido ─me besó de nuevo en la frente─ Saca fuerzas de donde quieras, pero solo tú puedes abrir esta puerta y necesito que lo hagas, necesito verte fuera de este lugar cuanto antes ─asentí y le abracé. Me fundí con él, contra su pecho, refugiándome en el único lugar del mundo en el que me sentía a salvo, entre sus brazos. Me armé de valor, y respiré hondo.

─¿Cómo sé que cuando abra esa puerta no voy a encontrar un mar de cadáveres? No puedo hacerlo... ─Damon me separó ligeramente de él y me levantó el mentón para poder mirarme a los ojos.

─Eirel, habrá un manto de cadáveres cuando salgas si no abrimos la puerta cuanto antes. No te auto compadezcas, ya has aguantado mucho, es un último empujón, no frenes ahora porque ya no vas a poder arrancar de nuevo ─rebufé y asentí. Damon se acercó a la puerta de la cámara acorazada, la primera puerta y empujó con fuerza, gimió de dolor y maldijo─ El cabrón me la ha jugado... No voy a poder recuperarme de la herida si no tengo el antídoto, y a saber que veneno es... ─me acerqué a él.

Respiré hondo, Damon tenía razón, no podía quedarme llorando ahí dentro, tenía que salir de ahí e ir a ayudar a mis chicos. Todavía estaba débil, pero mis heridas sanaban a mayor velocidad que las de Damon. Cogí a Damon por el hombro y le ayudé a tumbarse en una pared, para que pudiera ver ambas puertas. Recogí de nuevo mi cabello en una coleta tirante, y reacomodé lo que quedaba de mi ropa.

No había nadie en el mundo tan roto como yo, estaba hecha a polvo, como un terroncito de arena que había sido golpeado por una maza. Y, aun así, me iba a recomponer, una vez más, pieza a pieza, cachito a cachito, porque hasta de las cenizas se puede sacar abono para que florezca un nuevo árbol, y yo, era un roble. No había ventisca, huracán ni terremoto que pudiera conmigo, así que, volví a juntar mis piezas. El terroncito roto iba a soportar los mazazos que hicieran falta para proteger a los suyos, porque en el fondo, bajo presión, era una roca, un diamante, y no, no iba a quedarme encerrada ahí. Por muchas veces que me derrumbase, no iba a parar hasta salir de ese lugar.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora