32. Las catacumbas

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Seguí mi paseo alrededor de ese monolito central cuando de repente tropecé con algo. Al mirar al suelo grité con todas mis fuerzas. Un cráneo.

Estuve tentada de irme escaleras arriba chillando como una loca y cerrar ese sitio para siempre cuando mi lado racional me detuvo. Si había un cadáver en el suelo, significaba que había un sarcófago vacío. Miré a mi alrededor, ese buen hombre o mujer que yacía en el suelo hacía años que estaba muerto, con lo cual, tenía que ser uno de los del fondo.

Encontré algunas velas colocadas en una enorme lámpara de pie en un rincón de esa sala. Las encendí hasta que tuve buena visión de la habitación. Todos los féretros estaban cerrados con llave, saqué la que me había colgado en el cuello y la coloqué en la primera tumba que tenía delante. No abría, ni siquiera encajaba. ¿Significaba que los féretros tenían una llave distinta?

Me puse a dar vueltas, uno de todos tenía que llamar mi atención por algo en particular. Empecé a leer las fechas de las muertes, los nombres, las inscripciones, pero no había nada de extraño en ellas. La vela que llevaba en la mano goteó cera caliente y me quemó la mano, me quejé y recapacité. Las velas gotean cera, si quieres mantener un sitio como ese iluminado para poder sacar un cadáver, o para, por lo menos, manipular una tumba de esas tienes que acercar la vela a la puerta, y esta deja marca de cera en el suelo.

Empecé a mirar en el suelo hasta que encontré una pequeña acumulación, levanté la vista y vi que eran las tumbas más antiguas. Había cuatro nichos apilados en ese preciso lugar. Otra vez, usé la lógica. Me fijé en la forma que tenían esas gotas, su forma era estrellada, con lo cual, la vela había estado en alto, por lo tanto, era uno de los dos de arriba.

Kayen había huido hacía relativamente poco, por lo tanto, en algún punto el polvo tenía que delatar cuál de las puertas de mármol negro era la buena. Puse un pie sobre las molduras del nicho inferior y trepé hasta poder encontrar dos manotazos sobre el mármol de la tercera puerta. Tiré del pomo, pero no cedía. No se abría.

Resollé, conjuré un par de hechizos sobre esta, pero no era bruja, yo no sabía abrir puertas mecánicas, y esa no tenía conjuro alguno, solo una maldita llave que no era la mía. Me fijé en la ranura, era plana. Metí la mano en la caña de mi bota y saqué mi daga. Hundí el filo en esa estrechura, hice fuerza para ambos lados y tras un forcejeo apasionado en el que creí que iba a perder la batalla, la cerradura se rompió. Recuperé mi arma y abrí ese armario para guardar esqueletos. Estaba lleno de libros, papeles, cartas... Nada de huesos, solo información.

Algunos libros antiguos junto con la correspondencia que Kayen había recibido de Damon. Libretas llenas de apuntes. Hojas arrancadas de libros y tachadas. Borrones, papeles a medio escribir, lápices, y una caja de madera.

Abrí ese estuche, era antiguo, parecía un joyero. En su interior había cinco frasquitos con un líquido amarillo dentro y una jeringuilla metálica muy antigua, de esas que daban miedo. Un hueso pequeño transformado en colgante, una bolsa negra grande con monedas, y ocho recipientes de varios tamaños sin etiquetar de contenidos variopintos e incomparables con algo conocido para mí.

Recogí cada uno de esos documentos, libros y objetos. Los guardé con cuidado en mi mochila de cuero y cerré la puerta de nuevo del nicho. «Geronih Gargölk» leí en la inscripción del mármol. Me preparé para irme de ese lugar. Pasé por encima del cuerpo de ese pobre hombre que se quedaba tirado en ese lugar. Me dirigí a la salida, y acaricié por última vez la tumba de mi amigo.

—Cuida de nosotros desde allá dónde estés ahora, Khäi... Te quiero —Dejé un beso sobre la piedra, sobre su nombre.

Cerré la puerta de mármol con dos vueltas de llave. Recogí algo de polvo de una esquina para tirarlo por encima del candelabro de la entrada, si alguien quería seguir la pista, ahí la perdería.

Salí a toda prisa del Panteón, me tiré encima de Dun y me fui a toda velocidad. No tenía tiempo para pararme a nada. Crucé toda la ciudad de Vilangiack a paso ligero, sin detenerme ni siquiera a ver a mis amigos, aunque me moría de ganas. Lo que llevaba en mi bolsa era peligroso, de eso estaba segura.

El camino de vuelta se hizo eterno. Llevaba en mis manos algo que Kayen estaba escondiendo a toda costa, en un lugar muy extraño y horrible, y eso era porque lo consideraba de vital importancia. Todo lo que estaba buscando en su habitación él se lo había llevado a ese rincón de mundo para mantenerlo encerrado.

Al llegar a mi casa metí a Dun en el establo, lo cepillé, le puse agua limpia y le di comida. Me llevé las manos a la cintura, observando esa mochila en la que había metido todo eso ¿Y ahora qué? ¿Llegaba y se lo mostraba a los demás? No era lo correcto. Kayen lo había mantenido oculto, y yo ni siquiera sabía qué narices era todo eso. Tomé la decisión: Ni una palabra hasta tener claro qué era, y qué utilidad podíamos darle a aquello.

Mi padre tenía un traidor a su lado las veinticuatro horas del día. Me sabía mal desconfiar de la gente a la que tanto quería, pero, la paranoia de que alguien pudiera venderme como hizo Alarich con mi padre era más fuerte de lo que creía.

—Me voy a Güillerya —La voz de Líomar sonó a mis espaldas. Di un brinco.

—¡Joder! —grité asustada. Él se puso a reír.

—Si lo sé llego silbando para no matarte ¿Todo bien? Tienes más cara de haber hecho algo malo de lo normal ¿Qué has hecho esta vez? —Entrecerró sus ojos, juzgándome.

—Nada.

—Uy, es peor de lo creía —Se cruzó de brazos—. Jefa, tienes virtudes maravillosas, pero mentir no es una de ellas, créeme —Me rendí visiblemente, abatiendo los hombros.

—Me fui a buscar a Damon. Necesito hablar con él ¿Contento? —Mentí, obviamente.

Por supuesto que sabía mentir. Por desgracia cada vez lo hacía mejor. Nadie se dio cuenta cuando estaba muriéndome por dentro durante tres meses, porque sabía actuar. Nadie había descubierto porque era la rara del instituto en el mundo humano. Sabía mentir, y tan bien se me daba, que era capaz de hacerles creer a los demás que se me daba mal.

—Bueno, ¿Encontraste a ese imbécil? —Negué— No pasa nada, la próxima vez habrá más suerte —Dio un paso hacia mí y me acarició el hombro—. Comprendo que estés dolida por lo ocurrido, es normal, así que... Si necesitas hablar de ello sabes que conmigo tienes un lugar seguro para hacerlo ¿Vale? Daremos con Kayen, y todo terminará bien ¿Necesitas algo de Güillerya?

—Nada en especial, tranquilo.

—¿Quieres venir conmigo? Podemos aprovechar el paseo a caballo para tener esa charla —Hice una mueca.

—Vengo un poco cansada, otra vez montar a caballo va a dejarme sin culo —Forzamos a la vez una sonrisa—. Gracias de todas formas, créeme que sé que puedo hablar contigo y con quien sea.

—Cuando te apetezca, estoy para lo que necesites.

Líomar se fue a coger a su caballo y yo me entretuve a posta, esperando a que se fuera para que no me viese correr con esa mochila como una ladrona. Entré en mi casa a toda prisa y rezando para que nadie se cruzase de por medio. Si me encontraba con otra persona a la que mentir me iba a morir de remordimientos.

Nosabía que estaba haciendo, escondiéndole a Líomar lo ocurrido. Mi Protector mequería y confiaba muchísimo en mí, le estaba fallando, él nunca me haría daño.Pero Alarich y Klaustrof eran de mi familia y me traicionaron. Nadie podíajurarme que no volvería a pasar. 

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora