El hombre asintió y se quedó de pie a un costado. Cogí aire y lo solté lentamente mientras empujaba la puerta, la sala era gigantesca. Había una enorme alfombra azul con flores blancas bordadas en el suelo. Parecía que la estancia era blanca, pero no había suficiente luz.
En el fondo, a mi izquierda se encontraban un puñado de hombres sentados y de pie iluminados por algunos candelabros. Empecé a andar entre la penumbra, siguiendo la alfombra, que hacía de pasillo entre varias filas de sillas. Uno de esos hombres se giró y al reconocerme murmuró algo al resto.
Se levantaron todos de golpe y formaron una especie de pelotón ordenados por edad o rango, no tenía ni idea. El más anciano de todos ellos esperó a tenerme justo delante para arrodillarse ante mí sin previo aviso. Todos hicieron lo mismo.
Al arrodillarse dejaron a vistas el cuerpo de mi padre, puesto en un precioso ataúd blanco, vestido con su mejor coraza, y con su espada entre sus manos. Aguanté un sollozo que me destrozó el pecho.
Se levantaron todos de golpe y encontraron una chica con los ojos llenos de lágrimas mirándolos con toda la ira, la rabia, la frustración y el dolor que podía estar conteniendo en su interior.
Esa burocracia, en ese momento, no era nada más que un falso duelo por la muerte de mi padre, ninguno pensaba en que justo detrás tenían al hombre que había estado sirviendo es maldito país por más de treinta años...
—Excelentísimo Guardián —empezó un abuelo—, permitid que os expresemos nuestro más sentido pésame. Somos los encargados de estar con el cuerpo del fallecido hasta el momento del funeral. No debe estar aquí, no es su deber.
Algo se removió en mi interior. Si no era mi deber estar con mi padre, muerto, ¿Cuál era? Si no me iban a dejar quedar con él a solas... Iba a matarlos a ellos. Estaban tentando mi furia, estaban jugando conmigo a un juego que iban a perder porque yo jamás imaginé que mi capacidad para sentir rabia fuera tan grande.
—Desapareced de mi vista ahora mismo, o van a celebrar el funeral de mi padre junto a los vuestros —espeté.
El anciano retrocedió fijándose en la seriedad de mi rostro. Uno un poco más joven, de unos cincuenta años se abrió paso acercándose a mí. Me reverenció de nuevo y quiso convencerme:
—Guardián, comprendemos vuestro dolor, pero es también nuestro deber por tradición ocupar estas sillas al lado del cuerpo del anterior Guardián. Perdonad nuestro atrevimiento, pero, es un pacto con los Dioses.
Le clavé la mirada en sus ojos y e hice una mueca, aguantando una risita ¿Qué dioses? ¿Dónde estaban cuando los necesitaba? Levanté el mentón hacia ese tipo, repasé esos rostros arrugados y respiré hondo, forzándome a no ladrar ni gruñir:
—Los dioses me acaban de arrebatar a mi padre. A mi padre —repetí poniendo énfasis—. Los Dioses os perdonaran, creedme. Yo a ellos no. Iros a dormir, descansad por mí y rezad por el alma de mi padre, yo no sé hacerlo —admití en un aliento roto—. Necesito estar sola con él, solo os pido este favor.
—Eminencia, debéis...—empezó un viejo.
—Si vuelvo a pedirlo, será sobre uno de vuestros cadáveres, creedme, no queréis verme enfadada —gruñí perdiendo la compostura. El más joven de ellos se rindió. Me reverenció con cordialidad y suspiró.
—Su padre pidió algo similar cuando murió su antecesor, haremos lo mismo por usted. Los dioses nos perdonen...
Todos repitieron esa última frase y empezaron a irse uno tras otro. Antes de irse el anciano más joven le acaricié el hombro, deteniéndolo. Me hice fuerte en un respiro largo y me sinceré:
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ERALGIA II, Los Demonios
FantasySEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...