20. Importar

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—Eirel, perdóname, si hubiese logrado mantenerle lejos, salvarte de...

—Me salvaste —le atajé—. Siempre me salvas tú. Durante mi encierro, mi secuestro, pensé en ti para mantenerme fuerte. Eathan, no te alejes de mí nunca más, por favor... —Se me llenaron los ojos de lágrimas y le apreté con más fuerza.

—Jamás. No voy a separarme de ti nunca más, pase lo que pase... Perdóname... Perdóname... Debí quedarme a tu lado, fui un imbécil.

—Estabas roto... Ambos lo estábamos, y no nos quedaban fuerzas a ninguno. No fue culpa de nadie —Le miré a los ojos, y le besé en la frente, acariciando con mis labios su piel—. Te quiero, idiota...

—Te quiero, cabezota...

Nos fundimos en un abrazo. Le apreté tan fuerte que hasta se quejó. Ahogué una risita, él también. Necesitaba tanto eso, esos brazos, ese cuerpo junto al mío. Necesitaba tanto sentir su calor, su piel, su olor a primavera y flores, ahora opacado un poco por el sudor rancio, aun que poco me importase. Me removió el cabello e hice una mueca, indignada. Él sonrió con tristeza, forzando su cuerpo a replicar mis gestos, mi alegría. Le costaría, pero íbamos a recuperarlo.

Yarel entró en la estancia, primero temblando, luego, al ver que estábamos ambos mucho más animados su rostro se iluminó. Saltó por encima del sofá y se tiró sobre nosotros. Cayó justo en medio y se aferró al cuerpo de Eathan como un pulpo a una roca. Los dos ahogaron una risita.

—Te eché de menos, hormiguita... —Yarel sonrío. Se separaron.

—Y yo a ti... —respondió el rey.

Yarel hubiese dejado ciego al sol con el brillo de sus ojos. Los miré a la vez, recordando lo mucho que quería el joven rubio a nuestro amigo. Lo entendía perfectamente, yo misma lo hacía, lo de amar a Eathan hasta que doliera, hasta sentir que sin él la vida no tenía sentido alguno.

—Siento todo el daño que os he hecho, soy estúpido. Actué mal, es muy difícil... —El rey le cogió la mano a su amigo.

—Hagas lo que hagas siempre serás nuestro amigo, nuestro hermano mayor —Crucé una mirada fugaz con Eathan al escuchar eso—. Vamos a irnos a las termas reales, he pedido a uno de mis sirvientes que venga ahí y te dé un buen cambio de aspecto.

—¿Me estáis diciendo que estoy feo? —Yarel carraspeó.

—Estás horrible. Vamos, antes de que te confundan con un atracador de carruajes.

Nos levantamos los tres cuando de pronto apareció Damon en la puerta, vestido con su coraza y cargado de cosas, entre ellas la espada de Eathan. Las tiró encima del sofá y se giró para irse. Mi Protector de la Tierra carraspeó.

—Damon, gracias —Él se giró con su cara sarcástica y nos miró a los tres.

—No me des las gracias. Te saqué de ese antro libertador para meterte en una jaula de oro —De repente me clavó su mirada—. Dejadme a solas con Eirel.

Eathan me miró con una pregunta en sus ojos. Asentí. Yarel acompañó a Eathan. Si estaban juntos tendrían ese precioso tiempo a solas que necesitaban. Me sacudí ligeramente la arena que todavía llevaba pegada encima y salvé la distancia que me separaba de Damon. Nos quedamos mirando, sin decir nada, intentando adivinarnos los pensamientos el uno al otro. Cuando de repente su expresión se volvió dura, seria, imponente.

—Estarás contenta de tener de nuevo a tu perrito faldero dispuesto a salvarte la vida. Un perrito faldero, el padre del cual, mordió la mano que le daba de comer. Tenlo en cuenta, por si te clava un puñal en la espalda más adelante.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora