76. Visualiza

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A media tarde me empecé a preocupar, no había rastro de Eathan ni de Damon. Edward estaba ocupado con Yarel, así que pedirle que me buscase a ambos no era una opción, no quería molestarlos ahora que tenían un precioso tiempo a solas.

Salí de casa y anduve por la playa por un largo rato. Intentaba despejarme las ideas, y a la vez pensar en todo, en ese enemigo que tenía al otro lado del océano, en Kayen... En Eathan... En la gente a la que amaba.

Me fui hacia el rincón de las máquinas que había visto el otro día. Intenté descifrar por un rato el funcionamiento de esas cosas y luego me senté sobre uno de esos artilugios. Estuve por un rato mirando al océano.

Quería ir a buscar a Eathan, intentar arreglar las cosas entre nosotros, hablar tranquilamente, pasear junto a él... Necesitaba estar bien con él, pero, mi madre tenía razón, debía darle espacio. Solo quedaba una parte implicada en esa batalla con la que debía hablar... Damon.

Miré el anillo que me había dado, adornaba el anular de mi mano izquierda, y se me ocurrió algo, descabellado, pero que conseguiría atraer a Damon. Él captaba cuando yo estaba angustiada y en peligro, si yo me forzaba a sentirme de ese modo, acudiría a mí.

Apreté mis manos y empecé a recordar como Rasel me había atacado... Las embestidas, el dolor, mis uñas siendo arrancadas, los jadeos de ese monstruo. Rememoré mis manos manchadas de la sangre de papá, su cuerpo flácido entre mis brazos, ese sufrimiento...

Mis ojos se empañaron, empecé a hiperventilar. Se me cerraron los pulmones, me temblaban las piernas, y me balanceaba levemente, adelante, atrás... Estaba al borde de un ataque de ansiedad cuando de repente sentí la energía de Damon justo delante de mí. Abrí los ojos de golpe y rebufé varias veces para controlar mi respiración.

—¿No es de ser muy sádica lo que estás haciéndote solo para llamarme? ¿Sabes que con llamarme directamente y decirme lo que quieres ya es suficiente? —Se apoyó a la maquina con el codo y me miró mientras seguía recobrando el aliento.

—Si lo hubiese sabido antes, ¿Crees que me hubiese torturado a mí misma de este modo, gilipollas? —ladré. Soltó una risotada.

—Sé que no puedes vivir sin mí, pero disimula...

—He hablado con Edward, sobre ti... No sabía nada de lo ocurrido con tu madre. —Damon se mostró visiblemente incomodo.

—No te metas en mis dramas, suficiente tienes con los tuyos.

—Entiendo que no quieras hablar conmigo, no te pido que lo hagas, pero necesitas sanar heridas. —Él perdió su mirada en el océano y luego se volvió, tan relajado y espetó:

—¿Qué tal tu perrito? No le reventé el cerebro porque no tiene, te aviso. —Sonrió con sarcasmo.

—El chiste este podrías habértelo ahorrado. Que no me haya enfadado, no significa que puedas hacer broma de ello. No quiero una guerra entre vosotros, pero no me importaría tomar represalias si veo que te aprovechas de esta condición. —Damon mató una sonrisa y ladeó su cuello en un asentimiento cordial, casi una mofa.

—Olvidé que tengo delante al Guardián de Escolapio...

—Os necesito a ambos, pero a veces sois insoportables. —Él hizo una mueca guasona.

—Los perritos falderos suelen ser pesados con los dueños. —Me levanté de golpe y lo fulminé con la mirada—. Vale, no digo nada más, por hoy —advirtió.

Fruncí el ceño y cerré el puño conteniéndome para no meterle una ostia a mano abierta.

—Eres imbécil, no comprendes lo que digo cuando hablo.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora