43. Padrinos

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El dolor inundó nuestros iris a la vez. Yo sentí como se rompía algo en mi pecho tras decir eso, tras lanzar entre nosotras semejante pared... Ella apartó la vista y se fue. De pronto apareció Edward justo detrás de mí.

—Lo he escuchado todo, y ambas tenéis razón y motivos para creer lo que pensáis, pero no conoces el pasado de Damon.

Rebufé algo cansada del tema. Me dejé caer sobre la cama, agotada y Edward se desplomó a mi lado, con gracilidad.

—Yo sí lo conozco —dijo él—. Damon no es la maldad hecha cuerpo, pero ha tenido épocas que daba miedo. Para entender a quién tienes a tu lado es necesario conocer ese pasado y aceptarlo, antes de que la confianza que le vayas a dar se rompa por algo de hace siglos.

—Soy lo suficientemente madura como para perdonar cualquier cosa, créeme. Yo también tengo las manos manchadas de sangre, y de sangre inocente, porque a una bruja se le ocurrió volar en pedazos una plaza abarrotada de gente y yo no pude proteger a nadie. He matado por venganza, por ira y por necesidad, no hace falta un número de muertes, solo la primera es suficiente para formar parte del bando de los asesinos —dije en un aliento. La mano del brujo se cerró sobre la mía con fuerza.

—Te prometo que haré lo imposible para evitar cualquier ataque a esa ciudad. No dejaré que os carguéis encima más muertes ni tú ni Yarel. —Cruzamos una mirada y él sonrió con sinceridad—. Tengo que preparar varias cosas, estaré fuera unos días, tened cuidado, y dale tiempo a Damon, no sabe convivir, sino no viviría aislado en un castillo al fin del mundo.

—Intentaré no ahogarle con mis propias manos antes de que vuelvas.

—Cuidado que a lo mejor le gusta lo de que lo ahorques —dijo con una risita. Le pegué codazo y se desvaneció.

Empecé a ordenar un poco la habitación. Me parecía una inmensa estupidez que Arbenet o mi padre quisieran alejarme de esa habitación treinta metros para protegerme. Si tan peligroso era ya podían meterme en una caja fuerte si querían, no iban a conseguir nada. 

Dejé la estancia lo más decente posible y me fui a la biblioteca. Necesitaba algunos tomos para contrastar la información del alijo de Kayen.

Damon apareció en la puerta de la biblioteca mientras yo estaba cargando con algunos libros necesarios para seguir con mi investigación sobre venenos. Sus brazos apretados en una cruz sobre el pecho, los ojos clavados en el montón de títulos que cargaba.

—¿Esas son tus lecturas nocturnas? —preguntó divertido.

—No es de tu incumbencia —gruñí.

Se encogió de hombros con indolencia, como si en absoluto se preocupase de indagar más en mi respuesta. Había desaparecido durante el resto del día, puede que no le gustase estar con nosotros.

Miré a la ventana, observando como terminaba el día, pronto cenaríamos, y no sabía si... ¿Qué se suponía que Comían los demonios? ¿Y si por eso se iba? Todo lo que había leído eran que consumían animales, u otros demonios, e incluso, algunos... Eldas.

—¿Cuál es tu plato favorito? —pregunté antes de terminar ese pensamiento.

Recé para que la respuesta fuera "arroz con carne" o "pasta carbonara" pero por Escolapio, rogaba que no me saliera con nada infernal tipo: "Ojos de sirena" "Bebés de fauno" y demás cosas cínicas de las suyas. Para mi desgracia las comisuras de sus labios se curvaron levemente hacia arriba.

—Las ratas vivas, aunque me gustan también los bebés recién nacidos, preferiblemente de ojos azules, aderezados con tomillo y sangre de virgen Elda —espetó con seriedad.

Su rostro era una máscara de verdad. Como si por un segundo eso fuese cierto, al menos en una parte. Me temblaron las rodillas y me obligué a pensar que era una de sus insufribles bromas. Así que levanté el mentón y le contesté con fastidio en mi tono:

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora