62. Creo en ti.

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La losa se cerró por completo y la estatua de mi padre se colocó en su sitio. La sala se vació en segundos. En ese momento no terminaba nada, ahí empezaba todo...

Miré la estatua de Escolapio del fondo, un haz de luz iluminaba parte de su rostro. Era de una belleza abrumadora, pero para mí, no era más que una personificación de mi dolor.

Ni siquiera sé cómo lo hice, pero conseguí quedarme sola en ese lugar. A fuera se oía todavía el murmullo de la gente, pero en esa sala solo estábamos yo y todos mis ancestros, nuestros ancestros.

Mi mente estaba tan vacía como ese templo. De repente una calma abrumadora me había llenado por completo, pero era consciente de que eso era un ojo de huracán. Sabía que en breve eso iba a estallar de nuevo.

Me senté con la espalda pegada al sepulcro de mi padre. Mirando hacia arriba podía ver su estatua. El ruido de afuera se fue vaciando poco a poco. Escuché unos pasos en la entrada de esa galería enorme, Eathan estaba plantado en la puerta.

—Te quedas un rato más ¿Verdad? —preguntó él en una afirmación. Asentí lentamente.

Él se acercó andando poco a poco, apreciando todas las figuras de los Protectores, la de su padre en particular. Se agachó ante mí y me levantó el mentón poniéndome los dedos bajo la barbilla. Sonrió con ternura y me dejó un beso tierno sobre la mejilla, un tacto sutil y esponjoso.

—Te quiero, cabezota...

—Y yo a ti, idiota... —respondí con media sonrisa triste.

—No te demores, ya te estoy echando de menos... Me llevaré a tu madre y a Arbenet a palacio.

Eathan suspiró, observó la estatua de papá y luego se levantó y se fue. Me dejó espacio. Él me conocía, sabía que yo a veces necesitaba la soledad. Había estado mucho tiempo sola en mi vida, sobre todo durante los diez años que estuve desterrada en la Dimensión Humana, y necesitaba unos minutos de calma de vez en cuando. Pero poco duró esa paz cuando olí el jazmín en el airé y lo escuché:

—Bienvenida al honorifico y exclusivo club de los huérfanos, Eirel Kashegarey —espetó Damon en tono jovial.

—Eres imbécil —ladré.

Levanté los ojos de una estocada, rogando por poder aniquilarlo con un cruce de iris. Sus ojos negros estaban posados sobre mi rostro. Él se mantenía a una distancia prudencial. Estaba apoyado en las ventanas, frente a mí. Cruzado de brazos, distendido, observaba el panorama cuando empezó a acercarse diciéndome:

—No me hagas un drama porque tu padre se haya muerto, es ley de vida.

—Hazme un favor y muérete tú, ¿Quieres?

—Por no aguantarte, lo haría, créeme.

—Vete al infierno —gruñí.

—Vengo de ahí —respondió—. Axel pronto olerá a muerto si pones de tu parte. Ahora que papá Guardián pudre tierra, o madera, necesito a su sucesora dispuesta a librar una guerra, así que espabílate.

Mis ojos estaban puestos en la nada más absoluta. Intentaba contenerme, evitar mandarlo a tomar por culo, pese a que lo merecía. Rodé el anillo de Guardián en mi dedo. Respiré hondo un par de veces y me levanté de golpe ante él. Estaba cansada de su existencia.

—No voy a gastar saliva con tus estupideces —espeté.

Damon me miró con su soberbia y yo le mostré mi nuevo anillo levantando la mano ante sus ojos negros. Él enarcó una ceja, burlón.

—Bonita mano ¿Vas a ponérmela de collar y a atarme contra tu cama? —preguntó el imbécil cerca de mi rostro.

—Soy Guardián. A partir de ahora, trátame como igual o superior tuyo —espeté con el mentón en alto, amenazante—. O no te hará falta collar alguno cuando te corte el cuello por gilipollas, Damon.

ERALGIA II, Los DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora