Al cruzar la barrera de Damon sentí un peso distinto sobre mis hombros, el aire era diferente. Había energías de toda la gente que iba por esos caminos, al estar desconectada de ellas por unas horas, ahora las sentía todavía más.
Intenté reducir el paso y disfrutar de un paseo con mi corcel. Dun era precioso. Sentía sus músculos cada vez que avanzaba. Era el caballo de Alarich, y se notaba, era fuerte como él, leal, por lo menos, la idea que tenía de Alarich al principio se conservaba en él de algún modo.
Pese a su traición, pese a todo lo ocurrido, seguía recordándolo como el hombre que me crió, que me enseñó tanto, y que me llamaba «ratoncita» cada vez que me veía... No era alguien malo, solo tomó decisiones incorrectas...
Me crucé con algunas personas de camino a casa de Caín, las saludé educadamente y ellas a mí. Cada vez era más conocida por la gente. Sus sonrisas alegraban mi mañana, sus saludos, llenos de amor me hacían sentir la persona más afortunada del mundo. En cierto modo lo era.
Pese al dolor, pese a los meses de agonía que pasé tras la batalla, en ese momento, podía estar agradecida con mi vida. Solo me faltaba Kayen...
La casa de Caín se levantó delante de mis ojos. Una casa sin grandes lujos. Una cabaña grande, de bosque, con dos pisos, piedra en sus muros y vigas de madera. Caín se encontraba retirando nieve de la entrada. Al verme dejó su trabajo y espero mi llegada.
—Eirel, no deberías venir sola. En tu casa hay una barrera que te mantiene a salvo de cualquier amenaza, no te arriesgues a salir.
—Los pegué una paliza a los dos demonios que mandó Axel a por mí, general —dije con una burla—. El que debería ponerse una barrera es ese desgraciado.
—Oh, sin duda —replicó el mofándose—. Solo que Axel es cien veces más fuerte que tú.
—Por ahora —corregí.
Me tiré del caballo y se acercó a mí. Me observó con aprobación y orgullo y me estrechó entre sus brazos levemente. Un abrazo. Repentino. Contacto físico. Ahogué un gruñido y lo aparté un poco de mí.
—Perdona, no debí abrazarte.
—No. Estoy bien, no es nada. —Saqué el fardo de documentos de mi bolsita de cuero—. Creo que esto es tuyo.
Él lo cogió y lo sopesó. Me miró con una sonrisa tierna y me señaló su hogar con el mentón cuando me preguntó:
—¿Has desayunado? —Negué— Vamos a comer algo juntos.
Cogió a Dun y lo dejó en el establo a salvo del frio. La casa tenía un par de plantas, un bonito porche con un par de mecedoras. Estaba hecha con muros de piedra a vistas, la puerta era enorme, de madera oscura.
Justo al entrar te encontrabas un bonito salón y comedor, con una chimenea sobre la que descansaba una cabeza de ciervo enorme. La cocina estaba justo detrás de la puerta de entrada, era pequeña, pero acogedora.
La casa no era gigantesca, era más bien una cabaña grande, pero daba la sensación de que estabas en tu hogar.
Una mujer de la edad de mi madre apareció desde las escaleras, iba vestida con un vestido oscuro, y el pelo algo canoso recogido. Me miró de arriba abajo y se fue directamente a la cocina. Caín me pidió la capa y la colgó en un perchero de la pared. Me tendió una silla y me invitó a sentarme.
En ese intervalo la mujer nos llevó a la mesa un par de tostadas con queso fundido y compota de manzana y un batido de leche con canela. Se fue rápidamente hacia el piso de arriba. Me quedé mirando por donde se había ido la mujer y sentí a Caín suspirar.
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ERALGIA II, Los Demonios
FantasySEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...