Estaba en blanco, no entendía nada, y a la vez, lo había entendido todo... Debía darlo por terminado. Abandonar mi lucha por lo nuestro. Nos sacrificábamos, pero él había tomado esa decisión por los dos... Tiraba por la borda nuestra lucha contra un mundo injusto que no nos dejaba querernos, quería romper para siempre nuestra burbuja...
Lloré sola, no quería a nadie a mi lado, no quería un consuelo, quería desgastarme los ojos llorando, ahogarme en mis propias lágrimas, desahogarme en mis suspiros. Me dolía el alma, me la habían arrancado del pecho como me habían arrancado a él de mi lado.
Me prometió que nunca me dejaría, pero prefería no temer un monstruo antes que tenerme a su lado. Había dejado de luchar y habíamos perdido, antes de luchar esa guerra, yo ya contaba una baja, la primera víctima de esa batalla había sido nuestro «nosotros».
Golpearon un par de veces la puerta, mi madre abrió con cuidado y me sonrió. Escondí mi rostro entre mis manos y me acurruqué sobre la cama. Mi progenitora se sentó justo detrás de mí y me abrazó con ternura, besó mi hombro y me acarició el brazo. Le tendí la carta de Kayen y la leyó atentamente, soltó un suspiro, y la dobló de nuevo.
—Sé lo que es perder al hombre que quieres, Eirel, y por culpa de una de sus decisiones. Perdí a tu padre durante doce años porque él lo quiso así, por protegernos. Tienes todo el derecho del mundo a llorar, a gritar, a hundirte, pero no tienes tiempo. No te acojas a ese derecho, aférrate a tu deber de ser fuerte, debes usar este paso atrás para coger impulso, no para quedarte en el pasado.
Me acarició el brazo de nuevo y me levantó un poco hacia ella. Nos quedamos mirado a los ojos. Limpió mi cara, acomodó mis cabellos y me dedicó una sonrisa rota, compasiva.
—Duele, pero eres mi hija y nada va a vencerte. Tu padre será quien quiera ser, pero a ser fuerte no te enseñaron aquí, a ser fuerte te enseñé yo cuando estábamos solas, en el mundo humano, sin un padre, sin un marido que nos protegiera, y salimos de esa. Saldrás de esta, y más fuerte —Me abrazó con su inmensidad.
La mejor herencia que me dejaba mi madre era la resiliencia, esa capacidad tan humana de usar los golpes de la vida como impulso para seguir adelante. Eso era herencia de mi madre, sin duda. Me miró a los ojos y vi esa mirada que solo una madre es capaz de hacer, esa que te hace sentir el más fuerte del mundo, esa que te saca del pozo más hondo, esa que acaricia y cura tu corazón con solo verla un instante.
—¿Qué tengo que hacer ahora, mamá? —Mi madre cogió la carta de nuevo, la leyó otra vez y me miró por encima del papel.
—Hacerle caso y confiar en su juicio, no te queda otra. Está suplicándote que sigas con tu vida, que entrenes y te prepares para algo que podría pasar. Te está ofreciendo a su hermano como escudo, aférrate a ello —Negué.
—Damon me odia ahora mismo. Puedo hacerlo sola —Mi madre suspiró.
—Eres capaz de hacer maravillas sola, lo sé, pero pide ayuda esta vez, Eirel. Tienes amigos para eso, tienes a Eathan, a Edward, a Líomar y a Yarel. Tienes gente que te va a proteger. Te estás enfrentado a un monstruo como Axel, necesitas a gente fuerte a tu lado. No te rebajes, no abandones tu orgullo, pero tienes armas poderos a tu disposición, utilízalas. A parte de eso, hay algo en lo que no tienes razón, Damon no te odia, sino no hubiese estado tras esa puerta todo el tiempo.
La cabeza de mi madre señaló la madera y mi columna se erizó. Por un segundo sentí que el alma se me iba corriendo del cuerpo. Damon era el ser más impredecible del mundo entero. Prefería esconderse antes que salir a hacer su entrada triunfal solo por hacerme sufrir, para hacerme ver que todavía estaba enfadado conmigo. Resollé y cogí fuerzas.
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ERALGIA II, Los Demonios
FantasySEGUNDA PARTE Sabía que no podía salir ilesa de todo aquello, pero no esperaba tal masacre en mi alma. Y solo fue el principio. Entre todos los pedazos rotos de mi vidriera, yo descubrí que amaba las sombras entre los brillos. Todos tenemos sombras...