II. Mi idiotez con churros.

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Al día siguiente, vuelve a repetirse el mismo detalle: Annie, por la mañana, me acompaña hasta la entrada del Gymnasium pero, a partir de ese momento, hace como si yo no existiera y pasa la mayor parte de las horas con Rainer

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Al día siguiente, vuelve a repetirse el mismo detalle: Annie, por la mañana, me acompaña hasta la entrada del Gymnasium pero, a partir de ese momento, hace como si yo no existiera y pasa la mayor parte de las horas con Rainer. 

Durante el último descanso, Dustin, Klaus, Adam y yo nos sentamos en las escaleras que dan acceso al tercer piso y matamos el tiempo charlando de banalidades. De nuevo, no tengo noticias sobre mi pareja. Le restaría importancia al asunto si no fuese porque mis amigos no dejan de hablar del chico nuevo.

—Míralo ahí, tan tranquilo, leyéndose un libro —murmura Klaus con cierta tirria mientras se toma un zumo, refiriéndose Wolf—. ¿Quién se cree que es? ¿Un nerd?

Giramos la cabeza hacia el objeto de esta conversación: Rainer está a unos cuantos metros de distancia, sentado en un banco, sumergido en la lectura de una obra de George Orwell como si no fuese consciente del bullicio que reina a su alrededor. De pronto, Annie se pone a su lado y le ofrece un croissant, detalle que él acepta con una sonrisa. Dustin, que acaba de devorar un sándwich enorme, nos comenta que todavía tiene hambre. Adam, en un intento desesperado de desviar el tema de conversación, empieza a hablarnos sobre un videojuego nuevo que se compró ayer, pero pronto se ve silenciado; Dagna y Maud se acercan a nosotros, murmurando algo mientras se ríen de una manera que me resulta un tanto maliciosa. Entonces, la primera abre la boca y se dirige a mí: 

—Vaya, Samuel, Annie pasa mucho tiempo con el nuevo y a ti te deja de lado —dice con sorna—. ¿No será que ya se ha aburrido de ti? —Se cruza de brazos y pone un dedo índice en la barbilla—. Uf, yo de ti me preocupaba, después de tantos años juntos, es normal que uno se canse del otro. 

Ella se encoge de hombros tras su brillante conclusión y se aleja. Yo siento como si una saeta atravesara mi pecho. ¿Qué? ¿Lo que ha dicho va en serio? No sé qué me sucede, porque toda la seguridad que tengo en mí mismo desaparece de golpe, y las dudas comienzan a instalarse en mi cabeza a una velocidad vertiginosa. Adam, que siempre se ha caracterizado por ser la voz de la razón en nuestro grupo, nota mi asustada reacción y se apresura a tranquilizarme:

—Oye, quizás tu novia está pasando por una fase contigo. No creo que haya nada de lo que preocuparse. 

—¡No le ocultes la realidad, Adam! —exclama Klaus, agarrándome del codo—. Samuel, ese chico me da muy mala espina. Fíjate como devora ese croissant. ¡Lo hace con las mismas ansias con las que quiere devorarse a tu nov...! —No le da tiempo a terminar la frase, porque nuestro amigo le tapa la boca para impedírselo.  

«Preocuparse. Fase». Esas palabras no logran tranquilizarme. Al contrario, me inquietan más. No entiendo por qué pero, ahora, toda esta situación me molesta. Me enfado conmigo mismo porque creo que no debería sentirme de esta forma, así que vuelvo a esforzarme en restarle importancia al asunto.

Sin embargo, no logro concentrarme en clases. Mi mente se está atiborrando con las mismas dudas: ¿por qué Annie pasa tanto tiempo con el nuevo? ¿Será que le aburro? Es comprensible, después de tantos años ella me conoce tan bien como se conoce a sí misma. Espera, espera, ¿qué estoy viendo? ¿Le está poniendo ojitos a Rainer? Ah, no. Está observando a una paloma tras la ventana. Uf, me estoy estresando. Samuel, mira al profesor de física. Míralo, que se nota que no le estás atendiendo. Uhm... Me pregunto qué estará pensando Annie. Ahora se está riendo. ¿Pero por qué? Ah, la paloma está cagando...

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora