XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).

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Años atrás:

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Años atrás:

Viernes por la noche. Estoy acompañado por Olivia Graf, la chica con la que me he estado viendo desde hace un par de semanas y que, ahora mismo, ha bebido un poco más de la cuenta. Por suerte está poco borracha. Cuando llegamos a mi casa, le abro la puerta y ella se dirige al salón sin pedir permiso. Menos mal que a estas horas nunca está mi padre. Bueno, en realidad, desde el intento de suicidio de mi hermana, él no está casi nunca en casa, y lo prefiero así.

Me toco el brazo justo donde mi ropa esconde un moratón y suspiro. Sí, lo prefiero así. Es difícil tratar con mi padre cuando está borracho.

—Raineeer, no te quedes en la entrada, ¡ven aquí! —me pide la chica.

Cierro la puerta y me dirijo a la sala, saltando sobre un par de latas de cerveza. Enciendo las luces y la encuentro de pie al lado del sofá, observando las bandejas vacías de comida china encima de la mesa que preside la estancia. Las tiraría a la basura, pero la papelera está hasta arriba de papeles. Ya la vaciaré en otro momento.

De pronto, ella apaga las luces y se acerca a mí, entrelazando nuestras manos.

—¿Tenemos la casa para nosotros dos?

—Sí —respondo, y ella me da un corto beso en la mejilla—. Supongo que mi padre no volverá hasta mañana.

Olivia tira de mí, me empuja contra el sofá y se sienta sobre mis piernas. Durante un rato nos mantenemos en silencio, besándonos cada vez con más urgencia. Ella parece disfrutar con la situación pero a mí me agobia su compañía, porque me hace sentir tan vacío y desordenado como esta casa.

En un momento dado, noto como baja sus manos hacia mi cintura e intenta quitarme la camiseta. Como la detengo, se centra en desabrocharme el pantalón. La sujeto por las muñecas para impedírselo y ella rompe el beso.

—Vamos a hacerlo —me pide con un susurro, y yo me separo de ella. Siempre está insistiendo con este tema.

—No, has bebido. No está bien.

—Te estoy dando mi permiso, tonto —protesta, agarrándose el borde de su camiseta con la intención de quitársela, y yo vuelvo a detenerla, detalle que la enfada—. Ay, ¿qué te pasa? ¿Primero me calientas y luego te rajas? ¿De qué vas? Eso no se hace.

La miro con los ojos entrecerrados. Qué chica tan maleducada.

—Me da igual que me des tu permiso, en tu estado no está bien que hagamos nada, y por mucho que insistas, no quiero acostarme contigo.

He hablado con la mayor sinceridad posible porque, aunque ella tiene casi diecisiete años, yo todavía tengo quince y no estoy preparado para dar este paso, y mucho menos con una persona como ella. Sin embargo, es posible que mis palabras le hayan molestado, porque se lleva las manos al pecho y me dedica un gesto de dolor mezclado con rabia. Se levanta de mis piernas y me da la espalda, cruzándose de brazos.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora