LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.

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Me encuentro en el coche de mi madre, de camino al Gymnasium

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Me encuentro en el coche de mi madre, de camino al Gymnasium. Hoy es mi último día como estudiante en ese centro y ella se ha ofrecido a llevarme hasta allí no sé por qué motivo, quizás porque quiere sentirse participe en un momento que se supone que es tan especial para mí. Durante el viaje permanecemos sumidos en el más estricto silencio, yo contemplando por la ventanilla del copiloto el monótono paisaje urbano de mi pequeña ciudad, ella atenta a la carretera; con una mano sujeta el volante mientras con la otra intenta sintonizar una emisora de radio que la entretenga. Tras un rato de infructuosa búsqueda, se harta de la programación que, según ella, está dirigida a «matar las neuronas de las nuevas generaciones», así que apaga el aparato y centra su atención en el Centennial que está a su lado, o sea, yo:

—Así que hoy es tu último día en el Sinclair —me pregunta, mientras apoya el brazo en la ventanilla.

—Sí.

—¿Y qué tal? ¿Emocionado?

—Sí.

—¿Vas a echarlo de menos?

—Sí —repito como una cotorra, sin percatarme de que la estoy irritando.

Ella carraspea, se detiene frente a un semáforo y me mira con los ojos entrecerrados.

—Dime algo más que sí, ¿quieres? —me espeta—. La semana pasada hiciste los primeros exámenes del Abitur, ¿qué tal te salieron?

—Supongo que bien... —murmuro. Como sé que espera una respuesta más larga, continúo—: hoy me dan las notas finales, con eso seguro que te podrás hacer una idea de lo que sacaré en el Abitur.

—Seguro que serás el mejor promedio. ¿Ya has pensado qué carrera que te gustaría hacer?

—Sí, de hecho ya he tomado una decisión —respondo justo cuando el semáforo se pone en verde, y ella me observa con los ojos muy abiertos mientras arranca el coche. Vamos, este es el momento perfecto para ser sincero, solo debo soltar la bomba y punto—. Quiero estudiar psicología.

Juro que podría haberle dicho que quiero estudiar para «bailarín de striptease» o para «drogadicto a tiempo completo», que ella me habría mirado con la misma cara de susto.

Nos haremos un favor mañanero, Samuel: tú no me fuerzas a imaginarte como bailarín de striptease y yo no te provoco una embolia, ¿de acuerdo?

¿Qué? ¿Cómo que Psicología? —empieza a interrogarme. Está tan exaltada que se dedica a cambiar las marchas sin sentido alguno; el coche empieza a dar tumbos por su culpa y yo me aseguro de tener bien puesto el cinturón de seguridad. Madre mía, a este paso tendremos un accidente y esparciremos nuestros sesos por la carretera.

Al menos, así, podré ser al fin libre.

Cállate de una vez, cerebro.

—Mamá, ¿por qué no hablamos con más tranquilidad de esto en casa? Además, tengo otras opciones en mente, como Derecho u Odontología —digo para quitarle hierro al asunto, y noto su alivio hasta en su forma de conducir; sin embargo, este le dura poco, tan poco como mi boca cerrada—, aunque esas son mis últimas opciones, así que haré Psicología.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora