XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.

30.8K 3.3K 6.6K
                                    

Me despierta un movimiento en la cama; alguien se ha sentado a mi lado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me despierta un movimiento en la cama; alguien se ha sentado a mi lado. Quizás se trate de mi imaginación, de un ladrón con el fetiche de espiar a la gente mientras duerme o puede que, en realidad, Freddy Krueger esté a punto de asesinarme. Quién sabe. 

Abro los ojos en el momento exacto en el que recuerdo que no vivo en Elm Street y palpo con torpeza la mesilla, buscando el teléfono. Cuando lo encuentro, lo enciendo y miro la hora: las cinco de la mañana. Al alejar de mis ojos el fogonazo de luz que produce el móvil, me encuentro, para mi espanto, a mi hermana observándome con unas enormes ojeras que acentúan el siniestro rostro que tiene ahora. Me siento en la cama con el corazón en un puño y me llevo las manos al pecho.

—¡Joder! ¿Puedes no ser tan tétrica? —le pido, y ella se echa sobre mí poniendo su dedo índice sobre mis labios.

—Baja el tono, que papá y mamá están durmiendo —me exige, encendiendo la linterna de su teléfono y colocándolo sobre mi mesilla. Acto seguido, se acurruca a mi lado, tapándose con las sábanas—. Prr, qué frío.

—Tienes tu propia cama, ¿o tampoco sabes utilizarla? 

—No tiene gracia. —Se arropa más con la manta y mantiene la mirada gacha. ¿A qué ha venido?—. Oye, Samuel, ¿has roto con Annie? 

Esta pregunta me pilla por sorpresa. ¿Cómo se ha dado cuenta de eso? Al principio pienso en quedarme callado, pero su mirada inquisitoria me obliga a hablar:

—Sí, ¿contenta? —contesto cortante, no tengo ganas de aguantar un discurso sobre lo mala que era ella para mí. No tiene ni idea.

—No, la verdad, no estoy nada contenta por eso. Lo siento. —La miro extrañado, ¿por qué no? Si ella deseaba verme lejos de esa chica—. Si te soy sincera, nunca me cayó bien Annie —prosigue, yo me río ante esa afirmación, porque es más que obvia—. Me molestan las personas que fingen una felicidad que no sienten. No son sinceras. 

—Ella no fingía nada, solo se esforzaba más que el resto por ser feliz.

—Bueno, pues tenemos puntos de vista opuestos, pero no quiero discutir sobre eso. Lo que quiero saber es... ¿Cómo lo llevas? —me pregunta, con una sonrisa que casi no percibo por culpa de la poca luz que alumbra la estancia. Su mirada tierna me resulta extraña; parece que de verdad le preocupa mi estado de ánimo.

—Más o menos. O sea, hace un mes que nos peleamos, y ya hace más de una semana que lo dejamos.

—¿Qué? —me interrumpe con un tono indignado, dándome un golpe en el hombro—. ¿Hace tanto? ¿Y no me pensabas decir nada? 

—No creí que te importase. 

—¿Cómo? ¿Por qué crees eso? 

—Sylvia, si te soy sincero, nunca he visto que hayas mostrado el más mínimo interés en mí.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora