Klaus, Dustin y yo nos encontramos frente a la caja registradora de un pequeño supermercado. Miro a los lados; a estas horas de la tarde hay bastante gente haciendo compras de última hora. Delante de nosotros se encuentra un hombre que ha comprado varias botellas de Coca-Cola de litro y medio y una pizza de... ¿Pero qué? ¿De coliflor? Voy a vomitar aquí mismo. Detrás hay una mujer que suspira de continuo mientras pone los ojos en blanco. Por un momento, le mantengo la mirada porque no tengo claro si sus pupilas son inexistentes o las esconde por alguna parte. ¿Y qué es lo que llevamos nosotros? Bueno, yo cargo varios packs de latas y botellines de cerveza, Klaus dos botellas de tequila y Dustin... Pues él ya tiene suficiente cargando con el peso de su conciencia; está muy nervioso, hasta el punto de que parece que va a cometer su primer robo y teme que alguna cámara de seguridad lo grabe.
—¿Por qué has cogido esos tequilas? ¿No son muy fuertes? —le pregunto a Klaus y este me dedica una mirada asesina que asusta a la mujer de atrás, porque lleva las manos al bolso.
—¿Pir qui his cigidi isis tiquilis? ¿Ni sin miy fiirtis? —se burla y, acto seguido, le sonríe a la cajera, que aún está atendiendo al hombre de las Coca-Colas.
—Oye, no la pagues conmigo por lo sucedido en ese local.
—¿Cómo puede ser posible que una discoteca, un viernes por la noche, no le permita el puñetero acceso a menores de dieciocho? —Se abraza a las dos botellas y finge llorar—. ¿En qué planeta, Samuel, en qué planeta? Es que mira cómo está Dustin, ¡deprimido!
—A mí no me metas, yo estoy perfectamente —recalca Dustin, sintiendo congoja cuando la cajera centra su atención en nuestros productos.
—¡Por lo que más queráis en esta vida, poned cara de estreñidos! —nos pide Klaus, porque tiene la brillante idea de que ese es el gesto característico de los adultos. Y no le falta razón.
La señora pasa nuestras bebidas por el lector de barras, las mete en una bolsa y habla:
—Son treinta y un euros y cinco céntimos. ¿Queréis tarjeta? —Los tres negamos con la cabeza—. ¿Queréis...? —Nos echa una mirada inquisitoria a cada uno de nosotros y después frunce el ceño—. Tenéis más de dieciocho años, ¿verdad?
—Por supuesto —dice Klaus, sobándose su barba de una semana con la cual aparenta más edad de la que en realidad tiene. Apoya un brazo sobre la cinta transportadora y le guiña un ojo a la señora—. ¿Por qué quieres saberlo?
—No te pases de listo o te pediré el documento de identidad —le espeta la otra, bufando—. Estoy segura de que no tenéis más de dieciocho y esto —Agarra una botella de tequila y la zarandea delante de su cara—, tiene demasiada graduación. Son treinta y un euros y cinco céntimos más diez euros de propina por dejaros ir. O me pagáis ya u os hecho de aquí a patadas.
Y eso es lo que hacemos, pagar la compra entre los tres, sin rechistar en lo más mínimo, ni siquiera por lo espabilada que es la cajera. Salimos del supermercado mientras Klaus le da patadas a todo lo que encuentra en su camino: la acera, una piedra, la cola de un perro atado que espera a su dueño. De verdad que es dramático este chico.
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Rompiendo mi monotonía.
Teen FictionSamuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Unidos. Lo que ninguno de los dos sabe es que esta rivalidad se convertirá en un profundo y complejo amor. 🏳️🌈 Historia con representación...