XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.

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Las clases del viernes me resultan eternas, sobre todo porque la última materia que se imparte ese día es matemáticas

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Las clases del viernes me resultan eternas, sobre todo porque la última materia que se imparte ese día es matemáticas. Disimulo un bostezo e intento concentrarme en lo que dice el señor Endler, pero me resulta imposible. Por favor, ¿cómo puede un maestro tan joven y lleno de ilusiones ser tan aburrido? Miro a Tanja, que atiende a cada una de las palabras que dice el profesor con una auténtica devoción. Lucho para que mis párpados no se cierren mientras observo a Klaus, que le está dando vueltas a su lápiz. Adam, por su parte, juega con su teléfono, o eso creo que hace, porque ahora se gira y clava sus ojos en mí. Acto seguido, me muestra la pantalla de su teléfono, en la que aparece mi nombre y mi número de contacto, pulsa a llamar y... Gemidos, todo el aula se llena de gemidos emitidos por mi iPhone.

Sí, Adam me ha cambiado el tono de llamada.

—¿Alguien me puede explicar qué es eso que estoy oyendo? —pregunta Endler, mientras yo lucho por localizar mi teléfono, Adam vuelve a llamarme y todos mis compañeros tosen para ocultar los sonidos. Rainer, por su parte, no me ayuda porque está demasiado ocupado intentando aguantar la risa—. Müller, ¿qué estás viendo?

—Oh, Dios —digo, a la vez que la mujer de los gemidos repite la misma frase que yo. Aunque, claro está, con una connotación bastante sexual. Tierra, trágame—. ¡No estoy viendo nada!

—Dame ahora mismo el...

Suena la campana que indica el fin de la jornada escolar, cierro mis libretas de golpe, guardo mis pertenencias, recojo la mochila y huyo de la clase de Matemáticas antes de que el profesor termine la frase. Esta vez voy a matar a Adam, lo juro.

Tras pasar un rato sentado en un banco del pasillo, intentando cambiar el tono de llamada, bajo las escaleras hacia el hall del Gymnasium. Frente a mí están casi todos los chicos de clase, abrazándose mientras gritan que por fin es viernes y que quieren correr hacia la ansiada libertad. Los comprendo, de hecho, le he dicho a Gestalt que hoy no tendré ninguna sesión con ella porque si paso un minuto más en este centro, me volveré loco. Tras sujetar la mochila de Adam y provocar que este caiga de culo al suelo, cruzo solo un pasillo en dirección a los baños. De pronto, escucho la voz de la psicóloga. La busco con la mirada y la encuentro hablando con Rainer al final del pasillo. Qué raro, parece algo alterada. No quiero acercarme a ellos pero, demonios, me estoy meando y el baño está frente a ellos.

—No, no puedes meter en esto a mi hermana, no así —le dice Gestalt, en un tono lo suficientemente serio como para que capte mi atención. Ella, que para mí se caracteriza por ser una mujer bastante sosegada, parece estar perdiendo la compostura por culpa de Rainer.

Aunque ahora que recuerdo, cuando está enfadada, es capaz de parecer de todo menos una psicóloga.

—Es mi amiga, ella me pregunta sobre el tema y yo le doy una respuesta, así de simple.

—¡Pues no le contestes, le haces daño Rainer!

Me escondo tras el hueco de una puerta y sigo escuchando la conversación. Sé que mi actitud es reprochable, pero el contenido de esta conversación, de alguna forma, me interesa.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora