XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)

37K 3K 10.2K
                                    

Años atrás:

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Años atrás:

Si hay algo que le gusta a Sylvia incluso más que dormir hasta tarde, es ponerle ojitos a todos los chicos "guapos" que conoce. Y eso mismo hace ahora. Estamos en el hospital donde trabajan nuestros papás, esperando a que un médico nos haga caso, porque mi hermana ha vomitado toda la cena y le duele mucho la barriga. Pero creo que ya no se siente tan mal, porque no deja de mirar al chico que está sentado delante de nosotros, el que tiene una escayola en el brazo. Sylvia le sonríe y le pone morritos; él le guiña un ojo. ¿Por qué demonios hacen eso? Sujeto su mano para que no se vaya de mi lado porque tengo medio de que se escape y me deje solo. 

—Samuel, anda, vete a dar un paseo —me pide, y yo niego con la cabeza. Ni de broma, no pienso alejarme de ella—. Que te vayas de una vez, pesado. 

—¿Para qué? ¿Para que te beses con ese chico? 

Sylvia gruñe y me da un manotazo en la cabeza. Acto seguido, suelta mi mano y se sienta al lado del chico-escayola, que se burla de mí con una sonrisa de tonto. Yo, obviamente, le saco la lengua. ¿De qué va? Riéndose de un niño. Menuda espinaca andante. 

—¿Y ese niñato que te acompaña? ¿Es tu hermano? —pregunta él.

—Sí, uno de ellos, el sustituto —responde Sylvia, provocando que ahora sea yo quien gruña porque odio que me diga eso. El chico nos mira con duda y luego niega con la cabeza, ignorando esas palabras—. Anda, Samuel, ven conmigo a otra sala. 

Me agarra de la muñeca y me arrastra por unos pasillos solitarios hasta llegar a una sala de espera vacía. 

—¿Y qué vamos a hacer aquí? —pregunto, mientras ella me sienta en una de las sillas de plástico. 

—¿Tú? Lo que quieras. Yo me voy a la otra sala. ¡Nos vemos en un rato! 

Y me quedo en la sala, mirando al techo. Me ha dejado solo, otra vez.

—Mierda... —murmuro, y al momento me llevo las manos a la boca y miro a los lados. Como mamá se entere de que he dicho una palabrota me va castigar sin televisión. 

Echo la cabeza hacia atrás y juego a mover los pies, que de milagro llegan al suelo. Papá dice que soy muy alto para mi edad, que puede que valga para jugar al baloncesto. Me llama Magic Müller. A mí me da igual, yo solo sé que tengo hambre, y eso que acabo de cenar una pizza. 

Jo, cómo me aburro. Me gustaría hablar con alguien que no fuese un adulto.

—Chugos Guttembeg, tienen la mejog haguina

¿Eh?

—Chugos Guttembeg, calidad en tu cocina. 

¿De dónde sale esa voz?

Me levanto siguiendo el sonido de esa canción cantada por una chica, camino por el pasillo vigilando de vez en cuando que Sylvia no me descubra y, cuando llego a otra sala, la miro por primera vez: una niña de pelo castaño y corto, regordita, que lleva un gorro rosa en forma de corazón, un vestido igual a los manteles de cuadros que ponemos en la mesa a la hora de comer, y unos zapatos rojos. Recuerdo entonces una frase que dice siempre mi hermana: rosa y rojo, puñetazo en el ojo. 

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora