Tres años después:
Naranja. Ese es el único color que percibo en este atardecer propio del verano, por el mero hecho de que no le estoy prestando atención a toda la gama de tonalidades que se desdibujan ahí arriba, donde el cielo anida. Prefiero centrarme en el hecho de que al fin he llegado a mi destino: la residencia de estudiantes de la universidad. Me bajo de la bicicleta y la encadeno en una barra de metal. Con cierta prisa, descuelgo la mochila de mis hombros, la abro y saco una pequeña jaula de su interior. Cuando miro lo que hay dentro, me encuentro con unos ojos azules que me escrutan con una intensidad casi hipnótica. Me agacho y dejo la jaula en el suelo, meto el dedo índice entre los barrotes de la puerta y siento como el animal me lo muerde con cuidado. Después, escucho un ronroneo y, sin poder evitarlo, dejo escapar una breve risa.
—¿Tienes hambre, pequeña Diosa? —pregunto, y obtengo como respuesta un sonoro maullido—. Entonces lleguemos a un acuerdo: yo te dejo salir de esta jaula y tú te portas bien, ¿te parece? —Le acaricio la nariz con el mismo dedo índice y me siento en las escaleras de piedra que hay frente a la entrada del edificio. Acto seguido, le abro la puertecilla y la gata da un salto, aterrizando sobre mis piernas—. Prométemelo, ¿no ves que si te descubren me meterás en problemas? Y lo que es peor: nos separarán.
Creo que la gata ha entendido mis últimas palabras, porque me mira con unas pupilas tan dilatadas como dos enormes orbes negros. Desabrocho mi abrigo y ella se mete dentro de él. Subo la cremallera para ocultarla y pienso en mi próximo plan: cruzar la puerta de la residencia y llegar a mi habitación sin que mi mascota sea descubierta.
Hago de tripas corazón, pongo mi mejor cara de besugo inexpresivo y cruzo la puerta. Cuando dejo atrás al vigilante de seguridad, que está distraído revisando su teléfono, murmuro:
—Bien, parece que hemos superado el obstáculo más difícil. Ahora solo nos falta llegar a nuestro cuarto.
Con disimulo, estiro el cuello del abrigo para revisar el interior y me encuentro con la pequeña cara de la gata, que me observa transmitiéndome una paz de lo más contagiosa. Bosteza y yo bostezo, estornuda y a mí me pica la nariz. El vigilante carraspea. Me giro y descubro que me está observando muy serio, de hecho, no saca sus ojos de encima de mi mochila. Le dedico una sonrisa para transmitirle confianza y que no crea que llevo ningún tipo de droga encima; sin embargo, él vuelve a carraspear, ahora con gesto de molestia. Es mejor que me largue corriendo de aquí.
Una vez que lo pierdo de vista, bajo las escaleras a toda rapidez pero, al posar el pie en el último escalón, la gata se revuelve y cae al suelo. Estoy a punto de atraparla cuando, de pronto, sale corriendo por el pasillo, tuerce a la derecha y desaparece. ¡Demonios!
—¡Samuel! —exclama de pronto una voz a mi espalda. Me doy la vuelta y me encuentro con una chica bajita y de pelo azul que se echa a mis brazos. Desde que la conocí cuando se sentó a mi lado el primer día de Psicología, siempre ha tenido la invasiva costumbre de abrazarme como si fuese un koala agarrado a una rama—. Cuánto tiempo, mi querido, sexy e irresistible Samuel, el Míster universidades que tanto quiero —empieza a adularme, y noto que palpa mi mochila buscando su cremallera.
ESTÁS LEYENDO
Rompiendo mi monotonía.
Teen FictionSamuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Unidos. Lo que ninguno de los dos sabe es que esta rivalidad se convertirá en un profundo y complejo amor. 🏳️🌈 Historia con representación...