LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).

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Agosto

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Agosto. Estoy en uno de los parques de Freude, sentado en un banco, mirando como un par de niños juegan en la arena mientras sus madres les piden que no se ensucien la ropa. El cielo está despejado y el sol pega con tanta fuerza que pocas personas se han atrevido a salir a pasear por esta zona. Compruebo la hora en el teléfono y suspiro; hace veinte minutos que quedé con un amigo de mi anterior Gymnasium para ir al cine, pero todavía no ha aparecido. Llevo más de dos años sin verlo y no tengo ni la más remota idea de por qué dejé de salir con él. Lo curioso es que cuando le comenté a Klaus mis planes, se rió de manera exagerada y hace un rato me mandó un mensaje deseándome buena suerte con ese chico. Uhm, sospecho que me oculta algo.

Resoplo mientras pienso que, si tarda diez minutos más en aparecer, lo mandaré a la mierda y regresaré a casa. Es entonces cuando atisbo, a varios metros de distancia, la espalda de una persona que me resulta demasiado familiar. Me fijo en que está de pie frente a un lienzo colocado en un caballete de dibujo y, de pronto, mi mente empieza a llenarse, no sé por qué, de datos sobre la Segunda Guerra Mundial. Qué curioso, ¿quién será?

No quiero perder la esperanza contigo como la perdieron las Potencias del Eje tras el desembarco de Normandía, así que te daré una pista: ¿qué compañero tuyo es aficionado al arte?

¡Cierto! ¡Adolf!

—¿Qué haces aquí solo? —le pregunto cuando llego a su altura, y él se gira para verme con unos expresivos ojos azules que parecen huidizos. Noto que tiene un pincel en la mano y llego a una brillante conclusión—: ¿estás dibujando el paisaje?

—Oh, Sa... Samuel, qué susto me has dado —contesta Adolf, con un ligero temblor en su voz—. Pues sí, has acertado, aunque no era algo difícil de adivinar. —Señala el lienzo con la mano que tiene libre y yo me quedo absorto en su pintura, en los cálidos colores que reflejan, en silencio, un verano que termina y un paisaje que parece en movimiento a pesar de ser un retrato estático. La destreza de este chico nunca dejará de sorprenderme—. Por cierto, Adam y Dustin también vinieron al parque, aunque se fueron hace un rato a comprar unos helados. Uhm... ¿Pasa algo? —Me percato de que sigo ensimismado en su cuadro, así que niego con la cabeza. Él se echa a reír—. ¿Y tú a qué has venido?

—He quedado con un amigo de mi anterior Gymnasium para ver una peli. Hacía siglos que no sabía nada de él.

—Ah, es cierto, eras de otro centro. Annie y tú llegasteis al Sinclair hace dos años.

—Sí, éramos los nuevos.

―Siento tan lejana esa época que hasta me resulta irreal ―murmura, volviendo su atención de nuevo al lienzo―. Eso me hace pensar en muchas cosas.

—Cuéntamelas —le aliento. La verdad es que me hace mucha gracia lo filosófico y anciano que es este chico cuando habla—. Me interesan bastante. 

—Nah, da igual, son tonterías.

―Si ocupan tu mente no son tonterías ―respondo, posicionándome todavía más cerca del caballete. Él niega con la cabeza y centra su atención en mí.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora