XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.

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Si hay algo que le encanta al profesor Schumacher sobre todas las cosas es sorprender a sus alumnos con las más absurdas actividades extraescolares

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Si hay algo que le encanta al profesor Schumacher sobre todas las cosas es sorprender a sus alumnos con las más absurdas actividades extraescolares. Según él, fortalecer el cuerpo y el alma es algo de vital importancia para el desarrollo humano, mucho más que las matemáticas. Así que aquí estamos mis compañeros de clase y yo, frente al monte que hay a las afueras de la ciudad, ese que visité por última vez cuando Klaus quiso tener una charla conmigo. Menuda forma de terminar un viernes, de excursión con un hombre excéntrico que no va a dejar de insultarnos, Red Bull en mano, incluso cuando durmamos a pierna suelta por la noche.

Si es que ya me lo estoy imaginando gritándome: mueve el culo, Müller, ¿acaso te parece esa una forma decente de roncar? ¡En mi época los hombres de verdad roncaban como orangutanes!

En fin.

—Oh, joder, me duele la barriga —se queja mi mejor amigo, abrazándose a sí mismo antes de que las puertas del autobús se abran—. En el monte no hay baños, ¿verdad, Samuel?

—Lo siento mucho pero creo que no. ¿Qué te pasa? ¿Has vuelto a comer pizza con melocotón? —Asiente con la cabeza y yo resoplo en su cara—. Madre mía, ¿por qué tomas cosas que sabes que te harán daño a la larga?

—¡Es mi placer culposo! —exclama entre quejidos.

Mis compañeros empiezan a bajar del autobús y nosotros los seguimos. Antes de eso, busco a Rainer con la mirada. Lo encuentro en uno de los asientos de atrás, contemplando el paisaje a través de la ventana con un gesto taciturno de lo más llamativo. Por un momento pareciera como si su mirada perteneciese a la de alguien sin alma, y ese pensamiento provoca que me recorra un escalofrío. ¿Qué le pasa? Lleva así desde el martes.

—¿Rainer? —lo llamo, pero él no se inmuta—. Rainer, ¿me escuchas? —Gira el rostro para verme y, tras unos segundos de silencio donde parece perdido, asiente con la cabeza—. Tenemos que ir bajando. 

Él me sonríe y se levanta del asiento. Cuando bajamos del autobús, seguimos al resto de alumnos. Tras media hora de camino, Schumacher decide que aminoremos el paso para descansar un poco. 

—¡Qué asco de excursión! ¿De verdad que el profesor se cree que vamos a aprender algo acerca del medioambiente pisando hierba y durmiendo entre mosquitos y garrapatas? —escucho que se queja Maud, quien mira un excremento que hay en medio del sendero que estamos siguiendo con el mismo asco con el que miraría a una croqueta. ¿Quién le dijo que esa fuese la finalidad de esta salida?

—Meh —responde Adler con pesadez.

—Y hace tanto calor. Estamos a principios de febrero y parece verano. ¿Es que solo yo me preocupo por los efectos del cambio climático? El ser humano es un monstruo. No vamos a durar más de dos siglos.

Adler la mira de reojo y tensa la mandíbula. Deduzco que se está conteniendo las ganas de replicarle a Maud, al igual que todos nosotros. Solo nos detiene el hecho de saber que intentar razonar con ella es una batalla perdida. Teniendo en cuenta que se trata de alguien que odia el transporte público y es una fanática del aire acondicionado... Pero claro, no se le puede decir nada porque recicla y produce su propio compost en casa. Tiene el Instagram lleno de fotos de su mierda reciclada. Digo, digo, de su abono.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora