XVI. My sign language is very bad.

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—¿Me haces el desayuno? 

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—¿Me haces el desayuno? 

—Háztelo tú, estoy ocupado.

—Pero me da pereza, y no entiendo la tostadora.

Miro a Sylvia entornando los ojos, intentando comprender en vano si habla o no en serio. Es sábado. Nos encontramos en la cocina, yo sentado frente a la mesa y ella sobre la encimera, cerca del fregadero. Por una vez, no va en ropa interior, sino que viste una de mis camisetas. Y yo estoy con los shorts del pijama, presumiendo de abdominales, que para algo Dios me dio este cuerpo de indudable atractivo. 

Y está claro que a mí me metió en el cráneo de un ser humano sin ganas de utilizar el lóbulo frontal.

—¿Qué haces? —me pregunta. Acto seguido, baja de la encimera y coge unos huevos de la nevera, con la milagrosa intención de prepararse ella misma el desayuno. 

La observo de reojo, mientras pienso en un detalle: desde que me expulsaron del Gymnasium, Sylvia me habla de una forma mucho más, no sé, ¿civilizada? No solo muestra interés por mí, sino que ha dejado de resumir mi existencia con apelativos dañinos.

«Hermano sustituto».

Es difícil de admitir, pero esta es la primera vez en diecisiete años que siento que nuestra relación es mínimamente buena. 

—Samuel —interrumpe mis divagaciones—, hoy estás en las nubes.

Ah. ¡Cierto! Me han hecho una pregunta. 

¿Que a qué me dedico? Muy sencillo. Estoy delante del teléfono, observando la lista de universidades que hay en mi estado y los circundantes, porque Klaus me está comentado por mensaje lo mucho que le preocupa elegir un buen sitio donde estudiar Farmacia y necesita que le dé mi opinión. 

Paso con tedio mis ojos entre las distintas universidades cuando dos nombres captan mi atención: la universidad de Música de Wurzburgo y la de Núremberg.

Espera, espera. Detente, Samuel, ¿qué haces? Ya no hay tiempo para eso, perdiste tu oportunidad.

El tonto, eso hago. En fin.

¿Por qué miras esas universidades? —Sylvia insiste en seguir hablando para distraerse, cotilleando la pantalla de mi teléfono—. Música... Con lo que la odias.

—Sí, un montón —le respondo con desgana.

—¿Te acuerdas de Hannes? —pregunta tras divagar un momento. Yo asiento con la cabeza y ella comienza a reírse—. Jo, era un chico tan simpático, pero a ti te colapsó media neurona y tiraste su xilófono por la ventana del conservatorio. Tuviste la expulsión más que merecida, ¿sabes? —Dejo de mirarla para que comprenda que este tema me incomoda; sin embargo, como era de esperar, no capta la indirecta—. Por cierto, ¿os volvisteis a hablar después de eso?

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora