Me han suspendido y no me han permitido seguir en la escuela, ni hacer la prueba de Alemán. Mi tutor, Endler, me ha dicho que recuperaré los exámenes celebrados durante mi ausencia el martes, día en el que me incorporaré de nuevo a las clases.
Llego dos horas antes de lo habitual a casa. Habría llegado mucho antes si no fuese porque recorrí el camino de vuelta andando; necesitaba aire fresco para tranquilizarme un poco. Suspiro, abro la puerta y contemplo el recibidor, deseando que no me escuche nadie. Llevo conmigo dos cosas escondidas en el bolsillo trasero del pantalón: una notificación de expulsión que deben firmar mis padres y una nota del director Weber recomendando que vaya al psicólogo del Emil Sinclair al menos dos veces por semana porque, según él, tengo demasiada rabia contenida. Teniendo en cuenta como son mis padres, llenos de prejuicios para cualquier tema que pueda tener una connotación peyorativa, lo primero que harán cuando lean la nota será matarme y, después, decirle a Weber que se meta la recomendación por el culo, pero claro, educadamente.
—Samuel, ¿eres tú? ¿Qué haces en casa? —me pregunta Sylvia desde la cocina. Estoy tan poco acostumbrado a su presencia que se me olvidó que la encontraría aquí. Se asoma por la puerta y la miro de arriba a abajo: tiene la cara y el mandil manchados de harina y lleva una batidora en las manos. Por su gesto deduzco, con cierta sorpresa, que parece preocupada por mí—. Es muy temprano. —Se acerca y me toca la mejilla con suavidad. Eso me extraña todavía más—. Oye... ¿Por qué tienes los ojos rojos? ¿Has estado llorando?
—¡No, boba! Es la alergia —le digo, apartando su mano. Si mi hermana me conociese un poco más, lo mínimo, sabría que miento; yo no tengo ninguna alergia. Pero bueno, a ella le gusta conocer a la gente de forma superficial, porque así no debe preocuparse de las capas más hondas de su alma, aquellas donde residen sus problemas—. Hoy salimos antes de clase, nada más.
—Uhm, bueno —acepta mi excusa tan crédula que, por un instante, me da rabia—. Por cierto, en tres horas llegan papá y mamá. Estate listo para entonces, y eso incluye quitarte ese uniforme.
—Oh, venga. ¿Esta ropa no es adecuada para ir a casa de la tía Erika?
—¿La de la escuela? Iugh, no —responde, cerrando los ojos y poniendo cara de asco—. No sé, Samuel, ponte una camisa nueva o qué sé yo. ¡Eres un hombre! Lo tienes más fácil para vestirte que yo. Si fuese por mí te ponía un vestido, pero papá te colgaría de un árbol si lo viese —comenta, caminando hacia la cocina. Yo suspiro y decido subir a mi cuarto.
Una vez allí, me siento en la cama y pienso en qué hacer para matar el tiempo. ¿Estudio? No, mi concentración ahora mismo es escasa, por no decir que nula. ¿Veo la televisión? Ah, cierto, la metí en el trastero cuando me harté de que emitiesen la misma basura todos los días. ¿Echo una partida a algún videojuego? No, mejor no, hace tiempo que me aburre jugar. ¡Oh, es verdad! Mi salvación: Netflix. Eh... Demonios, ya me vi todas las series que tenía pendientes. Podría salir a correr, pero no lo disfrutaría en absoluto. Socorro, a este paso me va a explotar la cabeza pensando en lo sucedido esta mañana. O quizás eso mismo es lo que debo hacer, pensar en ello. Cerebro, ¿qué hago?
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Rompiendo mi monotonía.
Teen FictionSamuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Unidos. Lo que ninguno de los dos sabe es que esta rivalidad se convertirá en un profundo y complejo amor. 🏳️🌈 Historia con representación...