XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.

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Estoy volando dentro de un enorme dormitorio de color azul celeste, abrazándome a miles de mullidas almohadas con forma de nube

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Estoy volando dentro de un enorme dormitorio de color azul celeste, abrazándome a miles de mullidas almohadas con forma de nube. De pronto, se manifiestan ante mis ojos tres camas: la primera es tan dura que me produce dolor de espalda, y la segunda es tan blanda que me agobia. Me tumbo en la tercera y se me bajan los párpados. ¡Ah, es tan cómoda! Me quedaría a dormir aquí durante toda la eternidad. Nada, absolutamente nada podrá interrumpir este romance entre el lecho y yo.

Entonces, suena el teléfono. Abro los ojos y compruebo con pesar que estaba soñando y no me encuentro en el cielo, sino en mi habitación, tirado en la cama sobre un montón de hojas de apuntes. Es en ese momento cuando la realidad me golpea la cara: la próxima semana tengo los exámenes finales de casi todas las materias y, sin duda alguna, el que más me aterra es el de Matemáticas. Debo ponerme a estudiar en serio. 

Me siento en la cama, me desperezo y respondo a la llamada:

—¿Hola? ¿Quién es? —digo con una voz pastosa, dejando más que evidente mi somnolencia.

¿Estoy con una línea caliente? —habla con lentitud una fingida voz grave que no reconozco—. Porque  ese tonito no me pone nada. ¡Quiero que me devuelvan el dinero!

—¿¡Pero qué!?   

Hey, Müller, eres tú. Qué decepción. ¿Estabas durmiendo? —me contesta la misma voz, aunque ahora es más aguda. No hace falta ser un genio para saber de quién se trata: Rainer. Escucho que se ríe como un idiota y después hipa. Madre mía, ¿son imaginaciones mías o está borracho?—. ¡Asómate por la ventana, princesa! —grita, provocando que aparte el teléfono de la oreja. Luego, cuelga.

Bostezo y me acerco a la ventana, no tengo ni idea de por qué, la somnolencia me vuelve lo suficientemente idiota como para obedecer cualquier orden sin rechistar. Abro el cristal y me encuentro a Rainer en el jardín de mi casa, riendo sin parar y con los brazos en alto. ¿Qué hace aquí a las tantas de la noche? O mejor dicho, ¿quién le ha dado permiso para entrar en una propiedad privada sin previo aviso?

—¡Samuel Rapunzel, estás como un tren! —grita de pronto. No, por favor, otro sueño no. Me pellizco la mejilla y compruebo, para mi pesar, que todo lo que sucede es real y no producto de mi cerebro—. Estás de muy buen ver. Estás... —se lleva el dedo índice a la sien y la tamborilea un momento. Acto seguido me señala con él—. ¡Estás más rico que un pez!

—¿Qué demonios estás diciendo, idiota?

—¡Que bajes aquí para que te dé un beso, y luego planearemos nuestro casamiento! —Se calla y ahora se lleva una mano a la barbilla, meditativo. Bien, su estado de ebriedad es más que evidente—. Joder, me han salido tres pareados seguidos. El caso: ¡baja aquí conmigo!

Cuando estoy a punto de mandarlo a la mierda, Adam aparece de pronto en mi campo visual y le da un empujón a Rainer, ocupando su puesto.

—¡No le hagas caso, cariño! ¡Baja para que yo te dé un morreo, y después un buen magreo! —me grita y cae al suelo con todo el dramatismo posible, ya que ha sido empujado por Klaus.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora