XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.

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Me siento en uno de los bancos del vestuario masculino del Gymnasium, miro al techo y suspiro, intentando recuperar el ritmo normal de mi respiración

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Me siento en uno de los bancos del vestuario masculino del Gymnasium, miro al techo y suspiro, intentando recuperar el ritmo normal de mi respiración. Deberían prohibir las dos horas semanales de educación física en los centros de estudio, porque no creo que correr durante ese tiempo sin descanso sea más sano que zamparse una bolsa de patatas fritas. En serio, los que piden que la religión se enseñe en la iglesia, ¿por qué no luchan para que el deporte se enseñe en un gimnasio? Simple, sencillo y brillante. 

Joder, tengo unas ideas increíbles.

Mis compañeros entran montando un auténtico alboroto: Dustin y Adolf discuten sobre si está más bueno un perrito caliente o una hamburguesa. Le piden a Reinhardt su opinión, pero este se encoge de hombros como respuesta. Ese chico, en un futuro, será un gran orador, lo tengo más que claro. Adam levanta en brazos a Klaus, quien se ríe como un energúmeno mientras le exige a nuestro amigo que le baje de nuevo al suelo. Wolf es el último en entrar al vestuario, y lo hace con la camiseta quitada, luciendo su cuerpo como tanto le gusta. Observo como Dagna, que pasa por el pasillo de fuera en compañía de Heidi, se detiene para verle la espalda con la boca abierta, mientras le da leves golpes en el hombro a su acompañante para que ella también contemple las vistas. 

Yo decido seguir con lo mío y cambiarme la camiseta. Cuando me la quito, Adam, que ya ha soltado a Klaus y lo ha dejado tirado en el suelo, me mirada negando con la cabeza y con gesto de reprobación.

—Tus abdominales van a acabar tan deprimidos como tú. ¿Cuánto hace que no vas al gimnasio? —me pregunta. A veces creo que este chico es como una mamá con mi cuerpo. 

—Desde que empezamos el curso. 

—Oh, por favor, ¿desde septiembre? ¡Estamos en diciembre! Como sigas así no tendré donde rayar queso. 

—No he tenido tiempo, ya lo retomaré después de Navidades —miento. Y que nadie me juzgue, porque eso de prometer ir al gimnasio después de año nuevo es una mentira universal demasiado extendida—. ¿Qué más da? Sigo estando muy bien.

—No tan bien como yo —se jacta Wolf, sentado en un banco con las piernas abiertas y los brazos apoyados en ellas. Vaya, no sabía que había recuperado las ganas de hablar conmigo. Yo lo miro entrecerrando los ojos y él me devuelve la mirada moviendo las cejas, ladino. Esto me recuerda tanto a los inicios de curso—. ¿Qué? ¡Niégamelo!

—Bah. —Eso es lo único que digo como respuesta. ¿Para qué negarlo o afirmarlo? Es una tontería. 

Rainer me observa extrañado y se coloca otra camiseta. Adam se posiciona frente al espejo, marca sus invisibles bíceps y se dedica a tomarse fotos. Todos sabemos cuál va a ser el destino de estas: Instagram. Tanja le ha aclarado varias veces lo cansada que está de ver sus publicaciones en el inicio. Él le ha recomendado que vaya a su perfil y le dé al botón de «dejar de seguir», pero ella zanja siempre la discusión con un sonoro «me da pereza».   

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora