LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.

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Si hay algo que caracteriza al pequeño Dustin Kurtz es que vive sumido en la mayor de las inopias

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Si hay algo que caracteriza al pequeño Dustin Kurtz es que vive sumido en la mayor de las inopias. Como le gusta decir a Klaus, nuestro compañero ha sido el primer alemán en pisar la luna, el problema es que todavía no se ha bajado de ella. Ser despistado es, para él, un estilo de vida poco valorado y aún no reconocido como trabajo digno por ninguno de los países que integran la Organización de las Naciones Dormidas. Bueno, fuera bromas, creo que jamás había conocido a una persona tan metida en su mundo como este chico.

—Por favor, ¿no podéis dejarme un chándal? —nos suplica Dustin por décimo quinta vez en lo que va de mañana.

Nos encontramos en los vestuarios masculinos del Gymnasium, retrasando con nuestra pereza el momento en el que nos tengamos que enfrentar a dos horas seguidas de Educación Física, presididas por un profesor con mala leche y una energía desbordante de origen Redbulliano. Nos mantenemos en silencio con la única intención de no darle una respuesta a Dustin. Mientras, Klaus se dedica a ponerle banda sonora a sus lamentaciones, sorbiendo zumo con una pajita, provocando un ruido de lo más desesperante a estas horas de la mañana.

—Lo siento, pero siempre estamos salvándote el culo —se digna a responder al fin Adam, dándole un par de palmadas en la espalda a Kurtz—. A ver si así aprendes a ser responsable.

Justo cuando Adolf está a punto de meterse en la conversación, deduzco que para apoyar a Adam, Wolf abre la puerta del vestuario de forma tan repentina que le clava el manillar en la espalda a Adler, quien responde a ese golpe con un gruñido semejante al que emite Sylvia cuando intento despertarla antes de las seis de la mañana. Todos nos fijamos en la cara de cansancio y en las llamativas ojeras que porta el recién llegado. Madre mía, cómo hace honores a sus raíces asiáticas, porque parece un oso panda; de hecho, me han entrado ganas de lanzarle bambú.

—¿Qué son esas voces que se escuchan desde fuera? —pregunta Wolf, y Adolf se adelanta a responder justo cuando Reinhardt estaba a punto de hacerlo.

—Dustin se ha vuelto a olvidar de que hoy toca gimnasia y no trajo su chándal, así que le toca aguantar una bronca de Schumacher.

—Ya veo, ¿y nadie le va a prestar nada? —pregunta, y pasea sus ojos por cada uno de nosotros, esperando a que alguien se ofrezca voluntario. 

—No. Que aprenda —sentencia Adam, encogiéndose de hombros.

—Tsk, qué tontería. Seguro que yo te puedo prestar algo; tengo un chándal de repuesto por aquí, el que usaba en mi anterior Gymnasium —le dice a Dustin, y este lo contempla como si Wolf fuese el próximo mesías. Rebusca en su taquilla y, acto seguido, le lanza unas piezas de ropa—. Sé que eres más bajo que yo, pero si doblas las perneras del pantalón no se notará que te queda largo. ¿Qué talla de pie usas?

—Cuarenta y dos.

—Pues yo una cuarenta y cuatro, así que hoy te tocará caminar como un pingüino —remata, ofreciéndole unas zapatillas deportivas algo grandes para el interesado. Dustin las coge con rapidez, como temiendo que nuestro compañero se arrepienta de su generosidad, y empieza a cambiarse ante los ojos escépticos del resto.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora