XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.

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Entro en el despacho de Gestalt, medio dormido

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Entro en el despacho de Gestalt, medio dormido. Hoy es viernes y de nuevo he perdido el autobús; últimamente no logro conciliar el sueño hasta las tantas de la madrugada, y se me acaban pegando las sábanas por la mañana. Mi padre me ha llevado al Gymnasium en coche, mientras me reñía porque es la tercera vez en dos semanas que me sucede esto y, por mi culpa, ha llegado tarde al trabajo. La idea de que yo coja otro autobús y pierda la primera hora de clases le resulta inconcebible. La puntualidad, para él, es una virtud indispensable. 

En resumen: que hoy me he levantado otra vez con el pie izquierdo, y por momentos creo que mi mala suerte durará todo el día.

—Buenos días —saludo a la psicóloga con la voz ronca. 

Toso para aclarar la garganta y tomo asiento. Ella levanta la vista de sus papeles y me inspecciona, curiosa. Llevaba más de una semana sin hacerle una visita.

—Buenos días. ¡Wow! Otra vez me traes unas ojeras enormes. Se va a convertir en una costumbre verte con ellas. ¿Es que ahora estudias de noche? 

—No, en realidad. 

—¿Entonces? No me digas que estás saliendo de fiesta entre semana, porque tendré que echarte una bronca en plan madre —me comenta con un tono bromista, y yo niego con la cabeza porque ambos sabemos que no es así—. ¿Hay algo que te preocupe hasta el punto de quitarte el sueño? 

—No. Bueno, en realidad sí. Es el día a día el que me quita el sueño. La verdad es que últimamente pienso demasiado en lo que hago. 

—¿Crees que se debe a algún motivo en especial? Como por ejemplo, no sé, ¿sientes demasiada presión en tu casa?

—No, todo va como siempre. —Me empieza a agobiar un poco este interrogatorio al que no le encuentro mucho sentido. ¿Qué importa mi repentino insomnio? Son cosas que pasan—. Pero da igual, esto será algo esporádico, no es que tenga que tomar pastillas para dormir ni nada por el estilo, en serio. 

—¿Sigues pensando en Annie? 

Esa pregunta me incordia. Hice el máximo esfuerzo para sacar a Annie de mi mente. Pero si Gestalt me pronuncia su nombre, provoca que vuelva a ocupar una parte importante de mis pensamientos en ella. Y eso es algo que detesto, porque siento que de esa manera estoy tirando todos mis avances a la basura.

—No es eso, en serio. Me esforcé en dejar de pensar en Annie y seguí tus consejos —suelto, notablemente irritado—, o sea, ocupé mi mente en otros asuntos y, gracias a eso, las cosas me han ido bien. Incluso puedo afirmar que he dejado de tener algún tipo de sentimiento amoroso por ella. Estamos a punto de terminar noviembre, en nada se cumplirán tres meses desde que dejamos de hablarnos y dos desde que rompimos. El tiempo pasa rápido y me está curando. Así que no, estoy seguro de que no me siento mal por ella.

—Perdona. —Asiento con la cabeza y agacho la mirada, cansado—. Ningún cambio en casa, ¿no?

¿Por qué sigue insistiendo en lo mismo? Es molesto.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora