XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.

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Me despierto a las diez de la mañana, tras pasar una mala noche donde tardé más de tres horas en conciliar el sueño

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Me despierto a las diez de la mañana, tras pasar una mala noche donde tardé más de tres horas en conciliar el sueño. Es extraño, pero las madrugadas poseen un silencio de lo más estridente. Me siento en la cama y me dedico a meditar de nuevo en todo lo que me sucedió ayer, en lo que me dijo Gestalt:

«Debes empezar a aceptarte a ti mismo para crecer. Si niegas algo tan fundamental como tus sentimientos, ¿qué más habrá de ti que no aceptes? Lo que te da miedo, lo que anhelas, te alegra o te entristece es importante para ti, jamás un error. Asúmelo como parte de tu persona».  

Suspiro y me froto la cara con ambas manos. Ayer me expuse tanto ante mi psicóloga que soy incapaz de no sentirme vulnerable. Esa sensación lleva sacudiéndome todo el tiempo y no me deja tranquilo. Pero Gestalt está en lo cierto; me he quitado un peso de encima. Uno de muchos. Estuve horas en su despacho, hablándole, discutiéndole, temblando, teniendo miedo de todo, mientras ella me escuchaba y cuidaba de cada una de mis debilidades. Porque lo que siento, lo que le confesé, no es más que una representación de cada una de las dudas que atormentan mi vida. Así que cuando me despedí de ella, ya anocheciendo, me hizo prometerle algo: que asumiría mis sentimientos, porque sería otra forma de avanzar como persona y aceptarme a mí mismo, con mis defectos y mis virtudes. Que a pesar de lo que me dijese el mundo para minusvalorarme, yo estoy por encima del resto de opiniones, yo soy mejor que un juicio hiriente. Yo soy persona, tengo un valor que merezco.

Gestalt también me explicó que, ahora que he asumido que me gusta alguien de mi mismo sexo, puedo elegir dos caminos: el primero es permitir que mis sentimientos crezcan y aceptar la posibilidad de un posible rechazo o de una ida hacia ninguna parte. El segundo es intentar que esos sentimientos mueran y olvidarme de Rainer. No se lo he dicho a la psicóloga, pero la verdad es que estoy seguro de que no tengo posibilidades con mi compañero. Y aunque pudiese ser correspondido, no querría estar en una relación con él. ¿Para qué? Me causaría problemas, y ya tengo bastantes en mi vida. Por eso mismo, he decidido que tomaré el segundo camino: buscaré que mis sentimientos por Rainer mueran y se conviertan en un recuerdo de mis inseguridades adolescentes. Quizás no lo logre en un mes, ni mañana. Pero me esforzaré lo más posible.

Miro el papel de libreta que he colgado en la pared, al lado del póster de Oasis, el que algún día tiraré a la basura porque ahora me da pereza. En esa hoja escribí lo que me puso Rainer en el brazo, antes de que se me borrase. No tengo ni la más remota idea de lo que significa. He intentado traducirlo en el Google Translate de forma infructuosa pero, la verdad, es que no he puesto mi máximo empeño porque en el fondo, quiero escuchar la respuesta de boca de mi compañero.

—Samuel, he hecho el desayuno —me avisa Sylvia de pronto, creyéndose con todo el derecho de entrar en mi habitación sin avisar. 

La miro de arriba a abajo con los ojos entrecerrados. Viste vaqueros y un jersey rosa de cuello alto. ¡Menudo milagro! ¿Dónde ha quedado su costumbre de pasearse por la casa en ropa interior?

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora