IV. Mi cerebro con leche.

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—Me gusta el pan

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—Me gusta el pan.

—A mí igual —le contesto a Annie, y después suelto un bostezo. Qué aburrido estoy. ¿Por qué hoy tarda tanto en llegar la profesora de Inglés? Mi paciencia desciende hasta el mínimo los viernes, sobre todo cuando estoy esperando una calificación.

Mi novia mira al techo y frunce la boca, poniendo a trabajar la mente. Ahí me percato de que acabo de entrar en una de sus múltiples competiciones:

—Pan integral.

—Pan tostado.

—Pan de pita.

—Pan con nueces.

Ella se recuesta sobre su pupitre, entrecerrando los ojos. Las ocho de la mañana no es una buena hora para hacer memoria.

—¡Pan de maíz! —Me mira exultante, como segura de que no se me ocurrirá nada con qué contestarle. Se equivoca, a mí nadie me gana.

—Pan de molde —le respondo, victorioso.

—Mierda.

—Ese no es un tipo de pan.

—¿Cómo pude olvidarme del de molde? —protesta y yo me encojo de hombros. Acto seguido, escucho una voz a mi espalda:

—Di «pan de cebolla» —le chiva Rainer. Esta da una palmada y después me señala de manera triunfal:

—Pan de cebolla. ¡Ja! 

Me pongo a pensar una respuesta pero, por más que me esfuerzo en ello, no se me ocurre nada. ¡Normal! ¿Qué sabio ha tenido sus mejores ideas a estas horas de la mañana? Ninguno, obvio. Seguro que Einstein formuló la teoría de la relatividad una tarde de verano mientras tomada el sol con una cerveza en la mano. Así que, tras un minuto que me resulta eterno, me cruzo de brazos y concluyo:

—No me apetece seguir jugando.

—¡Buh! ¡Te rindes!

—No es cierto. Pero no voy a seguir jugando porque te han chivado la respuesta y eso es trampa —digo, recostándome en la silla. 

Todos mis compañeros se giran para verme y después se echan a reír. Ahí es cuando me percato de que he hablado como un niño pequeño enfadado y caprichoso. Demonios, qué vergüenza. 

Cuando ya nadie me está prestando atención, detallo lo que está haciendo Annie: observa con curiosidad como las gemelas devoran sus respectivos strudels de manzana y, de pronto, le suena la barriga. Vaya, creo que hoy tampoco ha desayunado. El próximo día le traeré unos churros para que coma en el descanso.

—¿Por qué Emily y Emma nunca hablan con nadie? Me gustaría conocerlas, pero siempre que me acerco a ellas, huyen —me comenta, y yo poso los ojos en las hermanas Töpfer, que acaban de terminar su desayuno y ahora se hacen trenzas la una a la otra—. Klaus dice que son siniestras, pero a mí me parecen simpáticas.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora