VI. Mi sensualidad destronada.

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—Odio madrugar

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—Odio madrugar.

La voz de Klaus interrumpe mi inminente caída al sueño. Estoy sentado en uno de los bancos del vestuario masculino, esperando a que mi amigo se cambie el uniforme por la ropa de deporte. Tenemos Educación Física a primera hora y, como es más que evidente, estamos medio dormidos. 

—Oye, apura un poco, que vamos a llegar tarde —le apremio, siendo conscientes de que estamos solos en el vestuario porque hace un rato que nuestros compañeros terminaron de cambiarse. Qué lento es este chico.

—Ya va, no me metas prisa, que ni siquiera son las ocho.

—Si te hubieses puesto el chándal en casa...

—Ay, Samuel, ¡deja de señalarme mis errores!

Bostezo y miro a la puerta, aburrido. Klaus termina de anudarse las deportivas y se contempla en uno de los espejos con orgullo. Después, agarra su camisa y me la tira en la cara. Yo se la devuelvo y él me la vuelve a lanzar. Acto seguido, nos dedicamos una mirada retadora. 

—Pienso tirártela en el váter —le anuncio, corriendo hacia uno de los cubículos del W.C. Mi amigo me detiene agarrándome de la cintura y ambos chocamos contra la pared, mientras reímos de manera escandalosa—. ¡Suéltame y acepta el fatal destino de tu ropa!

—Ni de coña, ¡seguro que en ese váter cagó Dustin!

De pronto, la puerta del vestuario se abre de golpe; Rainer Wolf entra acelerado, se lleva una mano a la frente y, cuando nos mira, suspira, cierra los ojos y deja escapar una sonrisa tranquila. 

—Menos mal, pensé que llegaba tarde. El profesor tampoco ha llegado, ¿verdad? —pregunta mientras revisa la hora en el teléfono. Cuando alza la mirada y se percata de que nos ha preguntado a nosotros, rueda los ojos. 

Klaus y yo lo ignoramos. Resoplo, dejo la camisa en el banco, agarro mi mochila y camino hacia la salida. 

—Vámonos —concluyo. 

Salimos del vestuario y yo me dispongo cerrarle la puerta en las narices a Rainer. Antes de hacerlo, nos dedicamos a la vez un corte de manga. 

Que te den.  

Cuando llegamos a uno de los pabellones exteriores del Sinclair, nos sentamos cerca de nuestros compañeros y comprobamos que, en efecto, el profesor Schumacher todavía no ha hecho aparición con su rebosante energía producto de los litros de Red Bull que bebe cada día. Obvio decir que agradecemos los minutos de tranquilidad que nos regala ese hombre mientras se inyecta cafeína en vena. Metafóricamente, claro está. 

—¿Cuánto dormiste hoy? —le pregunto a mi amigo. Observo como Annie, sentada a mi lado, lucha para que no se le cierren los ojos. 

—¡Dos horas! —exclama, orgulloso. Acto seguido, parpadea varias veces con fuerza y sonríe de forma ida. Adam se sitúa frente a nosotros para saludarnos y Klaus lo agarra del brazo—. Estuve jugando online con este idiota y lo vencí unas tres vec... Espera. ¡No lo vencí ni una sola vez! —concluye, orgulloso, chocando las cinco con nuestro amigo.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora