XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.

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—Odio a Tanja, me trata como a un esclavo

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—Odio a Tanja, me trata como a un esclavo.

La voz de Klaus se alza por encima de nuestras banales conversaciones. Nos encontramos en el comedor del Gymansium, comiendo unos zancos de pollo con patatas fritas mientras intentamos sobrellevar el hecho de que tenemos clases por la tarde. Aunque, para ser sinceros, hace tan mal tiempo ahí fuera que preferimos quedarnos bajo techo. 

—¿Por qué lo dices? —le interroga Adolf. Es la primera vez que nos acompaña durante la comida y parece bastante contento participando en nuestra charla. Tanto, que incluso se ha olvidado de dibujar en su servilleta.

—Esa bruja me ha obligado a comprar todos los materiales para la exposición de Biología. El próximo sábado, ¡y con mi dinero! Es malvada.

—¿Y te quejas? —intervengo—.  Ha hecho todo el trabajo ella sola.

Klaus da un golpe en la mesa, ofendido por mi aportación a la conversación. Acto seguido, coge un hueso de su plato con la intención de lanzármelo  a la cara, cuando la voz de Rainer lo interrumpe:

—Qué frío hace aquí, se me está congelando el pollo.

—Pero si la calefacción está puesta, y se nota —le digo. Está sentado a mi derecha, poniéndose el jersey del uniforme. Reinhardt asiente con la cabeza, dándome la razón.

—¿Qué se va a notar? Si hasta las cocineras están estornudando. Seguro que han llenado tu plato de gérmenes —repone. Dustin aparta su comida a un lado con cara de desagrado. 

—Hace calor —insisto. Klaus, a mi izquierda, se desabrocha el primer botón de la camisa y se abanica con una mano. Cae un trueno—. Además de tenerle miedo a la oscuridad y ser un cosquilloso, ¿también eres un friolero? —me burlo. Wolf me mira entornando los ojos, creo que he ofendido su orgullo. Yo lo ignoro, tomo mi vaso de agua y comienzo a beber. 

—Seguro que no tanto como tú. —Coge una patata, y se la come. 

—No te creas —le interrumpe de pronto Adam—, este siempre va caliente por la vida. 

Como respuesta, me atraganto con el agua y empiezo a toser. Él me da un par de palmadas en la espalda con la mano con la que sujeta el tenedor.

—¿Puedes decirlo de otra forma? Suena fatal.

—¿Y por qué debo edulcorar la realidad, Samuel? —me pregunta, agarrándome de las manos—. Tócalas, Rainer, tócalas, están ardiendo. Y mira. —Me agarra de la cintura e intenta hacerme cosquillas, resignado—. ¿Ves? Es más inexpresivo que un cadáver. Solo le falta oler a culo para que llamemos a la funeraria. ¡Deja de ducharte y muéstranos tu verdadera peste, zombie!

—¿Qué tipo de lógica es esa? Si fuera un zombie, mi cuerpo estaría helado.

—No, Einstein, porque tú vas caliente por la vida.

Rompiendo mi monotonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora