La luz de las farolas me permite ver, de nuevo, el rostro de Rainer. Me dejo arrastrar hacia donde él quiera llevarme por el simple hecho de que, aunque quiera ocultarlo, sé que está llorando. Lo hace en silencio, sin que ningún gesto de su rostro exprese el dolor que debe estar sintiendo ahora mismo; solo sus lágrimas me explican, de alguna forma, lo que está sucediendo dentro de él. Una verdad se hace latente y se manifiesta en mi comportamiento, en mi forma de aceptar que sea Wolf quien marque mi siguiente destino: odio cuando alguien llora. Esa es la razón principal por la que sigo con él.
De vez en cuando pasa algún coche por la calle, deslumbrándome con la luz de sus faros y dejando al descubierto mi motivo de vergüenza: cómo ambos caminamos cogidos de la mano. Sin embargo, no pienso soltarle; no me importa que me descubran, porque ahora mismo, con ese gesto, estoy protegiendo a alguien en un momento de gran debilidad. Le arropo, porque el motivo por el que sujeta mi mano es que busca resguardarse en el contacto de quien le acaba de defender, como un niño que busca consuelo en aquel que le protegió del mayor de sus temores.
—No tenía ni idea de que ese chico os había causado problemas a tu hermana y a ti, lo siento. Llevaba varios años sin verle, si lo hubiese sabido, yo... —titubeo. Creo que es mejor que no lleve la conversación por ahí—. ¿Quieres hablar sobre lo sucedido? —le pregunto, y el sonido de la noche y nuestros pasos es lo único que obtengo como respuesta—. Oye, no le hagas caso a Hannes, tú sabes que lo que ha dicho no es verdad, así que no permitas que te afecte. Farah sigue aquí, luchando por volver contigo.
—Por favor, Müller, no hables de eso.
Sus palabras son como una petición a que me calle, y la acato porque no quiero molestar a alguien que se rompe más a cada paso que da, pisando los fragmentos, esparcidos por el suelo, de su alma. Él responde a mi silencio apretando mi mano, como si temiera que me escapase de su lado en cualquier momento.
A veces me cuesta seguir sus pasos; está delante de mí, casi arrastrándome. Me pregunto por qué apura tanto, si ya hemos dejado muy atrás a Hannes y sus amigos. ¿De qué huye? Quizás la respuesta es simple: de todo, incluido de sí mismo. Por eso su cuerpo tiembla, porque las bajas temperaturas no son las únicas culpables del frío que debe sentir dentro de él.
Pensando en lo venenosa que es alguna gente, agradezco a mi madre el hecho de que, a pesar de su estricta forma de educarme, me haya enseñado a discernir entre las buenas y las malas personas, aunque a veces me cueste. Remarcaba el hecho de que, si alguien me trataba mal o frecuentaba compañías que dejaban mucho que desear, debía alejarme. Que hay demasiadas personas en este mundo como para perder el tiempo con gente que vale poco, que la familia no se elige pero, por suerte, podemos decidir a quién brindarles nuestra amistad. Que podemos distinguir a la buena gente por su aspecto, sus actitudes y amistades, aunque a veces haya quienes saben fingir demasiado bien lo que no son; lobos con piel de cordero. Sus enseñanzas tienen una base de superficialidad, pero no le falta razón. El problema es que me mostró cómo diferenciar los extremos, pero no el punto medio, es decir, aquellas personas que no se pueden definir de manera simple como buenas ni malas, sino que se vuelven volubles según qué circunstancia o personas las manejen. Por eso mismo, aunque no le agradaba Annie, no quiso separarme de ella durante nuestra adolescencia, porque sabía que no era culpable de sus propias desgracias. Y por eso no sé cómo actuar con gente como Rainer, que luce tan gris. En fin, supongo que mi madre no supo enseñarme cómo actuar con ese línea difusa entre lo bueno y lo malo, porque estaría enseñándome a actuar contra ella misma.
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Rompiendo mi monotonía.
Teen FictionSamuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Unidos. Lo que ninguno de los dos sabe es que esta rivalidad se convertirá en un profundo y complejo amor. 🏳️🌈 Historia con representación...